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La literatura referida al indio americano nació casi al mismo tiempo que la Conquista del Nuevo Mundo, y una de las implicaciones decisivas, también desde el punto de vista textual, fue el encuentro con “el otro”. Desde sus escritos, autores como el Padre Las Casas, Fray Bernardino Sahagún y, posteriormente, Huamán Poma de Ayala o el Inca Garcilaso narraron, además de la riqueza y la exuberancia de las tierras americanas, el sórdido tratamiento que el indio recibió por parte de los conquistadores. Sus escritos sirvieron para testimoniar, aunque de forma diversa, la situación del indígena. El Padre Las Casas lo hizo desde lo visto y lo vivido, amén de las diversas informaciones que recogió, con la finalidad de denunciar; Sahagún partió del testimonio de otros para elaborar un trabajo de tipo antropológico. Huamán Poma por su parte denunciará la situación del indígena con el objetivo de proponer a la corona española una forma distinta de gobernar. Finalmente, el Inca Garcilaso, en su intento de entrelazar sus dos culturas y dar veracidad a su historia, recobrará sus vivencias de la niñez, así como lo que otros le transmitieron, para hablarnos tanto del mundo indígena como el que se generó con la Conquista. Esta rica diversidad del testimonio, nacida en los inicios del Nuevo Mundo, será paralela a la reivindicación que del indígena se hará, también a través del testimonio, a finales del siglo XX y comienzos de nuestro siglo.
Desde Europa, y a partir del Renacimiento, algunos pensadores y escritores fomentaron en sus escritos nuevas formas de acercamiento que supusieron, al menos, otra forma de visualizar al indígena. Nos referimos a Michel de Montaigne, al ilustrado Voltaire, o al precursor del Romanticismo, Jean-Jacques Rousseau; en cuanto a lo literario, principal fue la aportación de Jean-François Marmontel con Les incas (1777), y las del fundador del Romanticismo literario francés, François-René de Chateaubriand, con sus novelas Atalá (1801) y René (1802). En cualquier caso, y tomando como referencia la tradición renacentista del concepto de las utopías, se promovió una visión exótica e idealizada del indio, por tanto un falseamiento de la situación real. Si bien la situación del indígena se erigía en foco narrativo, se prescindía de condicionamientos esenciales como su pensamiento y su visión del mundo que finalmente se integrarían tras el paso de los siglos y de varias transformaciones de índole narrativa.
Este superficial enfoque fue adoptado por algunos autores hispanoamericanos a lo largo del siglo XIX, que seguirán hablando del indio y de sus circunstancias, sin embargo, su desconocimiento de quienes eran objeto de la narración era palmario. Concha Meléndez (1961), en La novela indianista en Hispanoamérica (1832-1889), estudió un amplio corpus de novelas para llegar a la conclusión de que en ellas el indio aparecía transformado por el espíritu europeo y, consecuentemente, el indígena seguía siendo un mero personaje convencional y sin matices. Estas ficciones, denominadas india-nistas, serán un ejemplo más del falseamiento de la realidad, de la mistificación y de la clara instrumentalización del indio. Dos muestras paradigmáticas, y a su modo renovadoras de este tipo de novela, fueron El Padre Horán (1848) de Narciso Aréstegui y Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner. A pesar de su voluntad de acometer cierto espíritu reivindicativo y social, que será prioritario en la novela sobre el indígena a comienzos del siglo XX, no lograron desligarse de actitudes paternalistas y sentimentales que nos remitirían a un Romanticismo tardío.
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