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Como es sabido, la balanza comercial, uno de los componentes de la balanza de pagos, registra las compras y ventas de mercancías de un país durante un determinado periodo, y su saldo es la diferencia entre exportaciones e importaciones, es decir, entre el valor de lo vendido al exterior y el de lo que se compra a otros países.
Si el saldo es negativo, es decir, cuando el valor de las importaciones supera al de las exportaciones, se habla de déficit en la balanza comercial, y de superávit cuando ocurre a la inversa. El estado de equilibrio perfecto, de este modo, corresponderá a unas exportaciones netas igual a cero (exportaciones e importaciones exactamente iguales). Es entonces cuando se dice que el país tiene un comercio equilibrado. ¿Qué queremos decir, entonces, cuando se afirma que una balanza comercial busca el equilibrio? ¿Acaso no es mejor conseguir superávit? En efecto, a priori el superávit comercial puede parecer la situación más deseable, si bien alcanzar el equilibrio entre exportaciones e importaciones, evitando desajustes, suele ser la meta de toda política económica no autárquica con el objetivo de lograr un crecimiento sólido y sostenido. El objetivo de la política española, como la del resto de economías abiertas, es mantener un comercio exterior equilibrado a lo largo del tiempo, pues tan peligrosos son los déficits como los superávits. Sin embargo, no es tarea sencilla, sobre todo por el problema de la fuerte dependencia energética del exterior que sufre nuestro país.