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Puntos más importantes:
Las pruebas de la evolución provienen de muchas áreas diferentes de la biología:
Anatomía. Las especies comparten características físicas porque dichas características estaban presentes en un ancestro común (estructuras homólogas).
Biología molecular. El ADN y el código genético reflejan la ascendencia compartida de la vida. La comparación de las secuencias de ADN puede mostrar qué tan emparentadas están las especies.
Biogeografía. La distribución global de los organismos y las características únicas de las especies isleñas reflejan la evolución y el cambio geológico.
Fósiles. Los fósiles documentan la existencia de especies pasadas, extintas actualmente, pero emparentadas con las especies que vemos hoy en día.
Observación directa. Podemos observar la evolución directamente a pequeña escala en los organismos con ciclos de vida cortos (como los insectos resistentes a pesticidas).
Hay muchas pruebas que apoyan la teoría de la evolución:
Las estructuras homólogas proporcionan pruebas de la existencia de un ancestro común, mientras que las estructuras análogas muestran que las presiones de selección similares pueden producir adaptaciones (características beneficiosas) semejantes.
Las semejanzas y diferencias entre las moléculas biológicas (en la secuencia de ADN, por ejemplo) pueden ser utilizadas para determinar el parentesco entre especies.
Los patrones biogeográficos proporcionan pistas sobre la manera en que las especies se relacionan entre sí.
El registro fósil, aunque es incompleto, proporciona información acerca de las especies que existieron en determinados momentos de la historia de la Tierra.
Algunas poblaciones, como las de los microbios y algunos insectos, evolucionan en periodos de tiempo relativamente cortos y el proceso puede observarse de manera directa.