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El crecimiento de un nuevo partido como el PRO, instalado como un serio contendiente para las elecciones presidenciales, muestra la capacidad de supervivencia de la derecha política y también la perennidad del modelo neoliberal. Aun cuando sea cierto que el neoliberalismo está en crisis en Argentina, las noticias acerca de su defunción parecen ser algo exageradas.
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Entre 1930 y 1983, Argentina vivió en la alternancia de dictaduras militares y gobiernos civiles surgidos de elecciones fraudulentas o restringidas. Podría argumentarse que la fragilidad de las instituciones demorepublicanas, la recurrencia de los golpes de Estado y el uso sistemático de la violencia como herramienta política fueron el producto de la debilidad electoral de la derecha (Di Tella, 1971; O’Donnell y Schmitter, 1994). Sin embargo, al mismo tiempo, podría sostenerse que la debilidad de los gobiernos civiles y su permeabilidad a las presiones de los actores corporativos eran el fruto de la fuerza material de esa misma derecha (Boron, 2000, 2003). Sea como fuere, lo cierto es que la capacidad de acción de la derecha ha sido una constante durante la mayor parte del último siglo: tanto durante el ciclo de dictaduras y gobiernos civiles del período previo a 1983, como durante los primeros gobiernos democráticos que le siguieron, distintas fracciones de la derecha[2] lograron, a pesar de su escaso caudal de votos, marcar la agenda de los diferentes gobiernos independientemente de su signo y origen y colocar a algunos de sus cuadros técnicos y políticos en posiciones gubernamentales con poder de decisión. Sin embargo, la larga hegemonía de la derecha argentina parece haber comenzado a resquebrajarse en el nuevo milenio.
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