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Respuesta:
Pablo era un humilde pescador que vivía a orillas de la laguna
de Luruaco. Cuentan las malas lenguas que aquel 27 de junio
los pescadores no atraparon ni un solo pez con sus redes y
anzuelos, lo que los llevó a la desesperación, rabia e impotencia.
Sus fogones estaban apagados. Los hijos empezaban a llorar de
hambre porque a sus padres les habían cerrado los créditos en la
tienda de la esquina, y los cobradiarios no dejaban de golpear en las
puertas de zinc de las humildes casas construidas con matarratón.
Casimira, campesina mayor de edad, y abuela de varios
muchachos, salió corriendo como loca hacia la orilla de la azulosa
laguna, desesperada por la angustia de ver con hambre a sus nietos;
ella cayó de rodillas, y alzando los ojos hacia el frmamento, clamó
a Dios: ¡Oh padrecito, hazlo por mis nietos y mis hijos, tráenos
pesca, perdona nuestras locuras, nuestros despilfarros cuando
los bolsillos estaban llenos; danos de comer, envíanos uno de tus
ángeles y haz un milagro señor para que broten peces del agua!
La oración fue realizada con mucha fe. Un silencio infnito lo
copó todo como si el Gran Hacedor del mundo se hubiese quedado
pensando ante la súplica de la creyente mujer. El cielo pasó de azul
plomado a un rosado tenue, como las tardes de Tubará.Cayó una lluvia pasajera, al escampar se desprendieron lucecillas
de varios colores del frmamento. Eran las 7 de la noche. Las luces
caían como dardos en la laguna de Luruaco, parecían un arco iris
sobre las aguas multicolores. En el centro del lago apareció un ser
angelical, bello, con una sonrisa atractiva: un Adonis de aspecto
fascinante. Cerca de él salpicaban las lucecillas que seguían cayendo.
Eran miles de chispas. Él tenía unas radiantes alas azuladas, era
un arcángel, tal vez San Gabriel. Se sumergió suavemente en las
aguas y con delicadeza empezó a moverlas, batiendo sus alas de
dos metros de largo. El agua comenzó a bullir por los miles de
peces que emergían de las profundidades. Sobre ellos bajaban
numerosos puntitos luminosos, y se fue formando una amalgama
policrómica que parecía una nube con un chorro de luces, de uno
50 metros de altura. Aquella luminaria era impresionante. Una
niña inocente, que la miraba, exclamó: “¡Ooohhh la Mamonúa, la
Mamonúa!”.
La muchachita estaba atónita de lo que veía, era un ser
posapocalíptico, extraordinario. “¡Aquí tienen para que coman!”,
gritó el ángel. Luego, volvió a ponerse de pie sobre las aguas en
medio del brillo inmenso. Era fornido, bello y altísimo, de al
menos dos metros de altura, muy parecido a Esteban, El ahogado
más hermoso del mundo. Sus alas resplandecían. “El que está
en el cielo os dice que cuiden la laguna, porque no habrá otra
como esta”, dijo a un centenar de campesinos confundidos que se
habían aglomerado ante la presencia de aquella criatura celestial.
El ángel desapareció en el frmamento, los pescadores corrieron
hacia sus frágiles canoas, lanzaron suavemente sus atarrayas, y
estas salieron llenas de pescados. Las luces siguieron cayendo del
cielo durante días y el hambre desapareció por mucho tiempo. La
Mamonúa permaneció varios meses sobre la estancia multicolor.
“Su luz cósmica se difundió en toda la humanidad”; cuenta Pablo, un pescador con alma de poeta, que cuando aquellas luces se
ven a lo lejos, los pescadores de la cabecera oriental saben que al
día siguiente, muy temprano, la pesca será abundante. Por eso
recuerdan a la Mamonúa como un mágico regalo del universo.
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