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A pesar de que se han descubierto vestigios muy anteriores, se considera que a la China llegamos los cristianos en el s. VII, de la mano de las teorías de Nestorio, quien pregonaba que en Jesucristo convivían dos personas distintas, la divina y la humana. Logramos incluso conquistar seguidores entre la familia de Gengis Khan. Tal interpretación, hecha para contrarrestar la de Arrio de que J.C. “fue un ser creado con atributos divinos, pero no era Dios en sí mismo”, fue condenada como herética por el Concilio de Éfeso (431), como la anterior lo había sido por el de Nicea (325).

El segundo gran embate evangelizador, ya católico, lo adelantaron los jesuitas a partir de 1582, y, contra la disposición romana, celebraron la misa en chino. Los franciscanos ingresarían a partir del siglo XVIII. Sin embargo, la doctrina de Cristo no habría logrado en todo este tiempo la penetración del taoísmo, el budismo o el confucionismo. El islamismo, que se introdujo también en el siglo VII, cuenta hoy con 20 millones de fieles.
Informa EL TIEMPO del pasado domingo que en la ciudad de Wenzhou, “la Jerusalén china” de dos mil templos, al gobierno local le ha dado por arrancar por la fuerza, incluso con grúas desde helicópteros, las cruces que coronan sus torres. Todo por detener la influencia creciente de la Iglesia de Jesucristo, a quien se considera un invasor de Occidente. Arrancar una cruz de una torre es ofender el sentimiento de una comunidad múltiple. Lo cual puede generar reacciones brutales. Uno que ha sido iconoclasta termina por entender que el ritual hay que respetarlo. No creo que los chinos harían lo mismo con el símbolo de la estrella y la medialuna. Con seguridad que hoy estarían recogiendo escombros en varios sitios, similares al cráter que dejó la explosión en el puerto de Tianjín, según puede verse en EL TIEMPO del mismo domingo, donde perecieron más de 100 chinos.
El número actual de cristianos en China supera a los afiliados al Partido Comunista. Lo que ha despertado la furia de la institucionalidad, manifiesta en derrumbes de iglesias que por no someterse al régimen se consideran clandestinas. Se han hecho los cálculos de que para el 2030 habrá 247 millones de cristianos de ojos rasgados, convirtiéndose en la cristiandad más grande del mundo, por encima de USA, Brasil, México y Rusia. Lo que podría representar un peligro a la estabilidad del régimen. Dizque porque la Iglesia cristiana está subordinada al Estado vaticano y no al pekinés.
Desde que estaba niño escuché que Occidente debía estar alerta para cuando el gigante despertara. Pero parece que le madrugó Jesucristo.

Si en China llueve para la Iglesia de Cristo, en India no escampa. Días pasados, en Nueva Delhi centenares de manifestantes cristianos se preparaban a marchar, desde una de sus catedrales, cuando fueron contenidos por la policía. Pedían mayor protección ante una serie de ataques que incluían incendios de iglesias, vandalismo y robo de objetos sagrados. Increíble que un país con más de un millón de dioses en su nómina mitológica no tolere la sencilla presencia del profeta de Galilea.

Gentes muy espirituales dicen ahora de los nadaístas que nos preferían cuando éramos ateos y sacrílegos, anticlericales y profetas del Anticristo. En estos días asistí en Cali a las bodas de un sobrino, en una ceremonia privada con toda la pompa. Al final de la misa, le alargué al sacerdote la mano felicitándolo por la ceremonia. Cuando le enteraron de quién se trataba, manifestó que me veía en los últimos tiempos, “desde que anda acercándose a Jesucristo, una disminución en sus arrestos de irreverente”. Qué pena desilusionarlo, querido padre Garzón. Pero no crea que porque me volví cristiano me volví bolsón. Ni cura que fuera.

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A pesar de que se han descubierto vestigios muy anteriores, se considera que a la China llegamos los cristianos en el s. VII, de la mano de las teorías de Nestorio, quien pregonaba que en Jesucristo convivían dos personas distintas, la divina y la humana. Logramos incluso conquistar seguidores entre la familia de Gengis Khan. Tal interpretación, hecha para contrarrestar la de Arrio de que J.C. “fue un ser creado con atributos divinos, pero no era Dios en sí mismo”, fue condenada como herética por el Concilio de Éfeso (431), como la anterior lo había sido por el de Nicea (325).