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El agua, el óleo de los catecúmenos, el crisma, la vestidura blanca y el cirio encendido regalan algo que se va haciendo eficaz a lo largo de la vida
El lenguaje verbal, las palabras, lecturas y cantos, de la celebración del bautismo son excelentes, abundantes y fáciles de comprender, aunque siempre necesitan mayores explicaciones. En cambio el lenguaje no verbal, de signos, gestos simbólicos y elementos como el agua, el aceite o la luz, necesitan una buena explicación para que se entienda por qué se usan y qué efectos espirituales producen en quien los recibe con fe.
Conviene potenciar estos signos para descubrir las realidades espirituales que significan y realizan realmente. Estos signos han de ser auténticos, verdaderos y no ficticios, “adaptados a la capacidad de los fieles y en general, no deben precisar muchas explicaciones” (SC 34).
En el bautismo se usan, además del agua: el óleo de los catecúmenos, el crisma, la vestidura blanca y el cirio encendido. Son signos claros que simbolizan realidades espirituales.
El agua es la materia principal del bautismo. El óleo de los catecúmenos recuerda el aceite que se dan, como un masaje, los atletas antes de competir, para estar fuertes, ágiles y alegres.
San Pablo compara al cristiano con el corredor de fondo y el atleta gladiador que compite para llegar a la meta y vencer. Tiene que ser fuerte para seguir el camino de Cristo, sin desalentarse, superando las tentaciones que lo querrán desviar a lo largo de la vida (cf 2T 4,7).
Este óleo aplicado en el pecho es como un escudo que rechaza al demonio y defiende la fe. Todo lo simbolizado se recibe en verdad y a lo largo de la vida va haciéndose eficaz.
El crisma es el óleo perfumado, que consagra el obispo en Pascua, que sirve para consagrar y marcar al cristiano como persona sagrada, perteneciente a la familia de Dios.
Dice el que bautiza al ungir con el crisma: “el Espíritu Santo te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey” (RB 17).
Se usa en el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal. En expresión teológica se dice que “imprime carácter”, es decir, marca, sella para siempre, por eso son sacramentos irrepetibles.
La vestidura blanca a veces no es más que un pañito sobre la cabeza. Para expresar su sentido debería ser un vestido nuevo o túnica blanca. Recuerda las túnicas blancas que recibían los bautizados en Pascua en los primeros tiempos del cristianismo.
Simboliza la limpieza y dignidad de vida que lleva el cristiano ayudado por la palabra y el ejemplo de suyos. “Todos los que estáis bautizados estáis revestidos de Cristo. Ya no hay distinción de judío, ni de griego: ni de siervo, ni de libre; ni de hombre, ni de mujer” (Gal 3, 27.28).
La vela encendida que se entrega a los padrinos les recuerda y da la capacidad para hacer que Cristo, que es la luz del mundo, ilumine con la fe al apadrinado por medio de sus palabras, ejemplos y ayuda.
El compromiso de los padrinos es muy serio, pues han de hacer las veces de los padres, si es necesario, en lo material y espiritual para que sus ahijados mantengan la fe.
Por monseñor Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela