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Érase una vez en Cádiz un edificio público histórico (de la época de Carlos III) que había sido hospicio, manicomio, escuela...
La Diputación Provincial, titular del edificio, en una maniobra de dudosa legalidad -pues el edificio fué donado "al pueblo de Cádiz"- lo vendió a una empresa hotelera (Zaragoza Urbana S.A) para la construcción de un hotel de lujo.
Font: Fernando de la Riva en Memorias de un futuro imperfecto
Dicha empresa solo hizo un pequeño pago a cuenta de lo acordado, y al cabo de poco tiempo renunció a construir aquel hotel y declaró su intención de reintegrar la propiedad del edificio a la Diputación, cosa que no llegó a hacer nunca.
Total, que -entre pitos y flautas- desde hacía 10 años el Hospicio Valcarcel estaba abandonado y en plena degradación.
Entonces, un grupo de muchachos y muchachas -con ayuda de otras gentes más "talluditas"- ocuparon el edificio abandonado.
Lo primero que hicieron fué limpiarlo de escombros y de toda la porquería acumulada en tantos años en los que las palomas habían hecho suyo aquél lugar.
Luego pusieron en marcha un amplio programa de actividades gratuitas y abiertas para la ciudadanía: una ludoteca, una biblioteca, salas de reuniones, espacios para asociaciones y colectivos ciudadanos, talleres y cursos de temáticas muy variadas, salas de ensayo para grupos populares de Carnaval, grupos de refuerzo escolar, proyecciones de cine, recitales de música y poesía, charlas y conferencias...
Aquel "Valcarcel Recuperado" se organizaba mediante una asamblea y distintos grupos abiertos que se repartían las tareas informativas, de limpieza, de coordinación de las actividades, etc.
Por supuesto, no todo fueron luces, también hubieron sombras, malos rollos, conflictos... como en cualquier proyecto humano colectivo, como corresponde en cualquier escuela de participación ciudadana que se precie, en la que siempre se aprende más de los errores que de los aciertos.
Pero un día, después de casi siete meses, los poderes públicos, con la complicidad de aquella empresa que había dejado abandonado el edificio y de los jueces, decidieron desalojarlo, con el pretexto de "velar por la seguridad de las personas" que participaban en las actividades. Aunque podemos sospechar -porque las condiciones de seguridad habían sido acreditadas por personas expertas- que lo que no soportaban es que aquellas gentes y aquella experiencia de participación pusieran en evidencia, día tras día, su abandono del patrimonio público y de los intereses de la ciudadanía, su ineficacia en la creación de alternativas para el ocio y la cultura popular, su incapacidad para poner en marcha procesos de participación tan vivos y auténticos como aquél.
Asi que echaron mano de la policía -mucha mucha policía- para acabar con la experiencia, desalojar el edificio, clausurar sus puertas y ventanas, y devolverlo al abandono.
Y, colorín colorado... ¿este cuento se ha acabado?