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Érase una vez, Letralandia, una ciudad enorme situada en la mayor computadora del mundo. En esta ciudad, las letras vivían muy contentas porque todas eran utilizadas a diario. Eran útiles.
Las letras se levantaban muy temprano (había unas que ni siquiera necesitaban dormir), para ser usadas en millones de palabras.
En aquella enorme ciudad, las letras viajaban por doquier en autos de distintas formas y tamaños. Vestían de un color diferente en cada viaje que hacían.
Pero en las afueras de Letralandia, había unas pequeñas aldeas menos activas algo empolvadas: era el sector de los signos de puntuación.
El ambiente en este sector era distinto del que se vivía en el resto de Letralandia.
Muchos de los signos de puntuación de cierre, estaban en buena forma, saludables y contentos, pero el resto de los signos, en especial los signos de puntuación de apertura, se veían demacrados, casi sin vida.
Unos yacían en las calles oscuras, a su suerte. Otros estaban encerrados en pequeños cuartos, sentados en un sofá viendo vídeos. Parecían zombies.
Se trataba de signos de puntuación que no eran utilizados, y en los casos en los que eran usados, eran mal utilizados.
Así pasaban los días de aquellos sectores hasta que el signo de admiración ¡ se reveló:
– Esto no puede continuar así. No nos pueden olvidar – dijo decidido.
Y caminó hacia el centro de Letralandia dispuesto a hacerse notar.
Entonces, en cada escrito que iniciaba cualquier usuario de la computadora, aparecía el signo de admiración de apertura (¡).
Al principio, el dueño del computador creyó que era un error, pero la posición del signo llamó su atención y quiso saber cuál era su uso.
Investigó en el diccionario y dijo ¡Eureka! Había aprendido algo nuevo; en el idioma español los signos de puntuación se utilizan para abrir y cerrar las oraciones.
Además, había salido de la rutina… ¡por fin!