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Atraen la atención de las demás personas en forma especial. Tienen algunas dotes en mayor altura que las de sus gobernados. Estas provocan alabanza o censura en ellos. Unos son tenidos por avaros y otros por generosos. Unos por rapaces y otros por dadivosos. Unos por crueles, otros por compasivos. Unos por leales, otros por desleales a sus promesas. Unos por feroces y valerosos, otros por afeminados y cobardes. Unos por soberbios, otros por humanos. Unos por recatados, otros por lascivos. Unos por complacientes y flexibles, otros por severos e intolerantes.
Unos por firmes, otros por ligeros. Unos por creyentes y religiosos, otros por incrédulos e impíos.
Loable y deseable sería que el gobernante poseyera todas las cualidades o virtudes buenas enumeradas, y ninguna de las malas. Más aun que pusiera todas las cualidades buenas en práctica. Pero ni lo primero ni lo segundo es posible, porque la naturaleza humana no lo permite.
Por tanto es necesario que el gobernante sea lo bastante prudente como para evitar la infamia de los defectos o vicios que le pueden hacer perder su gobernabilidad y su gobernación. Pero no debe temer incurrir en algunos de ellos para conservar el Estado.
No debe olvidar que hay características como la benignidad y la clemencia, que aunque aparecen como virtudes, su práctica puede causar su ruina, mientras que otras como el temor y la astucia, que aparecen como vicios, su uso puede mejorar la seguridad y el bienestar.