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A esos niños que imaginamos,
centímetro al tanto de robledales simpáticos,
el aire de la noche desordena tus pechos,
la boca amable multiplica sus amigos.
Ebrio de trementina y largos besos,
restauraciones con mal pie, platos publicitarios,
a falta de objetivos claros,
cada vez más ensombrecidos.
Igual que el cuello a los hombros,
oraciones y guijarros justos,
nada es más fácil que censurar a los muertos.
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