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Tras la caída del Imperio Romano estas grandes ideas se quedan en el olvido y se vuelve a los métodos ancestrales (y peligrosos). Un fuego encendido en el suelo era la manera de entrar en calor y hacer la comida, generando residuos y volviendo a dejar el humo dentro de los espacios en los que los ocupantes lo respiraban. Podemos imaginar por qué en esa época la esperanza de vida era tan corta.
Los más listos abrían un agujero en el techo para que el humo escapara por allí, reduciendo un poco el peligro, aunque no era del todo práctico, especialmente en épocas de lluvia. Una de las cosas que caracterizaban las viviendas en la Edad Media era la cantidad de hollín que se adhería a las vigas del techo como resultado de esta práctica.
Cuando se empezaron a construir viviendas con dos plantas había un problema. No se podía tener el fuego en el medio, y hacía falta que el humo saliera hacia fuera. Por ello se empezaron a construir estructuras junto a las paredes en las que se hacía fuego y se canalizaba el humo por un tubo que salía hacia fuera. Había nacido la chimenea como la conocemos hoy.
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