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Quién tiene más poder, el Gobierno o los bancos?: Los bancos,
responden mayoritariamente los ciudadanos. Y sin embargo, los mismos que
opinan que la responsabilidad de lo malo que les sucede está en el
poder económico castigan al poder político cuando votan. Esto es lo que
les ha sucedido a los socialistas en las pasadas elecciones municipales y
autonómicas: han sido golpeados por su gestión de la crisis económica.
Los dos principales cambios que se han producido en la política
española en los últimos meses, antes del resultado de los comicios del
22-M, han sido la emergencia, con carácter general y con una fuerza
inusitada, de un nuevo poder fáctico denominado ampliamente "los
mercados" (que explica, en parte, el movimiento de los indignados) y la
falta de credibilidad del presidente del Gobierno, hiciese lo que
hiciese o diera lo que dijera.
Al primar la gestión de la crisis, se debilitó el sustrato ideológico del proyecto socialistaADVERTISEMENT
La política del PP ha sido la de "esperar y ver" y la ausencia de alternativa programática
La potencialidad de ese ente abstracto denominado "mercados" como
actor principal de la vida pública, se manifiesta en la medición de la
calidad de la democracia que todos los años hace un grupo de expertos
para el Informe sobre la democracia en España (IDE), de la
Fundación Alternativas. En esa medición se analiza hasta qué punto las
instituciones democráticas y los sectores políticos responden a los
ideales de la democracia representativa, siguiendo dos principios
básicos: el control ciudadano sobre los políticos y las decisiones
políticas, y la igualdad en el acceso a la esfera política de todos los
ciudadanos para ejercer ese control.
Pues bien, en la correspondiente al último año se multiplica el
desgaste para la democracia española de la incapacidad del Ejecutivo
para poder sacar adelante sus políticas sin la interferencia de los
poderes económicos y las instituciones internacionales. En parte como
consecuencia de ello, la confianza de los ciudadanos en los principales
actores políticos, Gobierno y oposición, nunca ha sido tan baja como
hasta ahora: este es el primer año en el que la clase política, según
los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), ocupa
uno de los tres primeros problemas de los españoles.
La ausencia de credibilidad de ZP ha venido determinada por el tardío
reconocimiento de los problemas económicos (siempre ha ido por detrás
de las dificultades) y por las medidas contradictorias -contradictorias
al menos para la mayoría de los ciudadanos, ya que la Gran Recesión ha
tenido desde su comienzo distintas caras que exigían medidas reactivas
de distinta naturaleza en cada coyuntura- adoptadas para paliar sus
peores efectos.
ZP ha tenido una virtud que ha devenido en su peor defecto: defender
con la misma vehemencia unas medidas (por ejemplo, la necesidad de
planes de estímulo keynesiano para cortar la sangría del desempleo en
los peores momentos, que suponían un incremento de la inversión y del
gasto público, aunque generaban un déficit de dos dígitos) que las
contrarias (la estabilización fiscal, la eliminación de ayudas a las
familias y a los parados de larga duración, la congelación de las
pensiones, la reducción del sueldo de los funcionarios...) en la fase de
la crisis en la que el problema principal eran los ataques contra la
deuda soberana.
¿Cuál es el verdadero Zapatero, el primero o el último? ¿Qué
representa mejor sus convicciones, la reforma laboral aprobada por
decreto que provocó una huelga general, o aquellas declaraciones en las
que aseguraba que no se aprobaría ninguna de las reformas estructurales
pendientes sin un acuerdo de los agentes sociales?
La percepción mayoritaria ha sido la de un Zapatero bipolar en
materia económica y, sobre todo, sometido -una vez que no pudo mantener
por más tiempo la dirección de su política económica- a los intereses de
sus socios europeos y al diktat de los mercados.
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