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ordan y Alicia estaban recién casados, pero ninguno de los dos imaginaba que esa unión duraría poco tiempo. Eran una pareja de opuestos. El, hombre parco que la amaba sin demostrar sus sentimientos y ella, una tierna mujer que con cada palabra y gesto le demostraba a diario su gran amor. Vivian en una casa antigua, con grandes salones llenos de un silencio melancólico. En la decoración predominaban las esculturas, cuyas sombras y recovecos completaban el hogar donde Jordan y Alicia vivían su nueva vida. Una vida que Alicia, sin saberlo, comenzaría a perder poco a poco. De improviso Alicia enfermó de influenza y estuvo postrada en cama varios días. Cuando pudo volver a levantarse lucía débil y muy delgada. Poco después, volvió a caer en cama víctima de un gran agotamiento. A medida que pasaban los días sus fuerzas desaparecían más y más. Su mente delirante la hacía ver monstruos que querían devorarla en cuerpo y alma. Los médicos no tenían explicación alguna para el delicado estado de Alicia. Jordan no la dejaba sola ni un instante y era fiel testigo de cómo su mujer se consumía en un torbellino febril. Para ella, cada esfuerzo que hacía para respirar era un peso gigantesco que la arrastró hasta el minuto final en que su cuerpo quedó sin vida en el lecho, con la cabeza hundida en el almohadón de plumas, ese que no había querido que le movieran durante todo el tiempo que permaneció en cama. Algo había en ese almohadón, un extraño enigma que contenía una parte importante de Alicia. Al momento en que la mucama tuvo que limpiar el dormitorio de la fallecida, le llamó la atención el almohadón, porque tenía una manchitas oscuras bordeando la marca que había dejado la cabeza de Alicia al posarse sobre él. Entre Jordan y la mucama sacaron el almohadón para examinarlo a la luz y con más detención. Pesaba demasiado y eso era muy raro en un simple almohadón. Jordan lo rompió y comenzó a escudriñar en su interior. Las plumas comenzaron a salir hasta que dejaron al descubierto a un monstruoso animal de piel pegajosa y oscura. Un engendro hinchado de tanto alimentarse con la sangre de Alicia. Porque día tras día, los delgados tentáculos del animal habían succionado desde la cabeza de Alicia gota a gota su sangre, hasta dejarla tan seca como una hermosa planta a la que se deja de regar, hasta matarla.
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