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Respuesta:Desde las entrañas del capitalismo avanzado se escucharon y se vivieron luchas contra todo tipo de opresión: manifestaciones de la comunidad negra por la conquista de sus derechos civiles, estudiantes, mujeres, homosexuales junto a un poderoso movimiento antibelicista contra la guerra colonial sobre un país lejano como era Vietnam, conocido por sus arrozales.
Esta década, tan recordada como añorada por generaciones tras generaciones, se enmarcó dentro de un complejo contexto histórico internacional que originó condiciones favorables para que estas revueltas se produjesen en el momento y en el lugar indicados. Significaban momentos de acelerados cambios geopolíticos que llevarían a la ruptura del sistema colonial de dominación europea sobre los tres principales continentes: África, Asia y América Latina.
Como respuesta a las transformaciones económicas y laborales propias de ese período histórico tanto en Europa como en Estados Unidos, cuando parecía que había sido sepultado, el feminismo hizo oír su voz al enmarcarse dentro de estas luchas a lo largo de los años sesenta en adelante. A primera vista, tal coyuntura implicó la expansión del crecimiento económico que provocaría una entrada masiva de mujeres al mercado formal de trabajo, sin perder de vista su avanzado ingreso y egreso en la universidad. Ambas variables configuraron el telón de fondo del impresionante renacer del movimiento feminista. En realidad, su retorno sería inexplicable sin el desarrollo de tales acontecimientos en las sedes centrales del capitalismo. En este contexto, surgió como un conejo de la galera el Movimiento de Liberación de la Mujer (Women´s Liberation Movement -conocido también con la abreviatura coloquial Women’s Lib, la que contribuyó a su popularidad más allá de quienes apoyaban a esa corriente).
Feminismo de la Segunda Ola
Ahora bien, la generación de las casadas a las que Betty Friedan hablaba, en 1963, a través de su consagrada obra La Mística de la Feminidad (The Femenine Mystique), se cruzó con las que luchaban contra la guerra imperial, más las estudiantas que hacían lo suyo.
Con la precipitación de las urgencias políticas por la radicalidad de la población negra que bregaba por sus derechos civiles, las integrantes de este movimiento insurreccional entendieron su propia discriminación al profundizar el fenómeno del racismo. Así, ellas descubrieron sus semejanzas con aquella comunidad impunemente discriminada, por encarnar ambos estereotipos de inferioridad e irracionalidad desde la mirada hegemónica. Esa identificación se ampliaba a otros grupos oprimidos del mundo. A ello se sumó la resistencia contra la guerra en Vietnam, que pulsó a mujeres jóvenes a la par con los varones a usurpar las calles de New York, Chicago, Washington y California, bajo la emblemática consigna que trascendió hasta el presente, “Hagamos el amor, no la guerra”, tal como lo recuerda la historiadora Marysa Navarro. De acuerdo al testimonio de la ensayista estadounidense Margaret Randall, en el prólogo del libro Las Mujeres, en agosto de 1969, sostenía: “Han sido esenciales en las acciones más radicales antibelicistas: quemaban los archivos de reclutamiento del ejército; destruían las credenciales electorales para impugnar al sistema político; repudiaban el sufragio bajo la consigna “devolvamos el voto”; sostenían huelgas de hambre en prisión hasta llegar a inmolarse, todos eran gestos de desobediencia civil”.
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Con la precipitación de las urgencias políticas por la radicalidad de la población negra que bregaba por sus derechos civiles, las integrantes de este movimiento insurreccional entendieron su propia discriminación al profundizar el fenómeno del racismo. Así, ellas descubrieron sus semejanzas con aquella comunidad impunemente discriminada, por encarnar ambos estereotipos de inferioridad e irracionalidad desde la mirada hegemónica. Esa identificación se ampliaba a otros grupos oprimidos del mundo. A ello se sumó la resistencia contra la guerra en Vietnam, que pulsó a mujeres jóvenes a la par con los varones a usurpar las calles de New York, Chicago, Washington y California, bajo la emblemática consigna que trascendió hasta el presente, “Hagamos el amor, no la guerra”, tal como lo recuerda la historiadora Marysa Navarro. De acuerdo al testimonio de la ensayista estadounidense Margaret Randall, en el prólogo del libro Las Mujeres, en agosto de 1969, sostenía: en prisión hasta llegar a inmolarse, todos eran gestos de desobediencia civil”.
Así, hacia finales de la década del sesenta, gran parte de las reivindicaciones levantadas por nuestras precursoras se fueron alejando de la tradicional demanda de igualdad entre sexos y sus críticas se ampliaron a todos los aspectos de la vida: la cotidiana, la sexualidad, el mundo conyugal y familiar. Entonces las propuestas del Women’s Lib partían de situaciones concretas vividas también por mujeres anónimas y sin voces protagónicas, atravesadas por constantes tensiones entre las incertidumbres y las adversidades. Aquellas militantes relacionadas a las formas clásicas del debate político se corrieron para dar paso a un enfoque de autonomía sexual que denunciaba vigorosamente el sexismo en la esfera de lo privado. Desde esa percepción, ocupaba un espacio destacado la reapropiación del cuerpo y de la sexualidad por el dominio de lo recóndito. Con este tembladeral climático realizado en poco tiempo, aquellas feministas, con sus voces y sus cuerpos, convocaron la atención alrededor de la supremacía masculina mediante determinados dispositivos biopolíticos para normalizar y reforzar la subordinación femenina y, por ende, su exclusión. Denunciaban lo que en el pasado había sido un secreto a voces pero, ahora, en esa coyuntura de posibles embates de liberación, todo se tornaba en un acierto. Ellas comenzaron a activar a partir de su propia opresión y a elaborar estrategias de acción tanto hacia dentro como hacia fuera de sus entornos. Hoy, al revisar sus punteos no se puede menos que pensar que su auditorio se componía mayoritariamente por mujeres blancas, heterosexuales y de los sectores medios profesionales y académicas devenidas en activistas.