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Dos son a mi juicio los problemas fundamentales que la sociedad moderna debe plantearse y resolver seria y honradamente, si seria y honrada es su aspiración a realizar un orden social democrático: Uno es el problema de la representatividad política; el otro es el de la competencia ciudadana. Ambos están íntimamente relacionados, no pudiéndose resolver el primero sin abordar el segundo: sin competencia ciudadana no hay verdadera representatividad.
Carente de esa premisa, el intento moderno por superar el despotismo ilustrado conduce a una forma de democracia meramente formal, enmascaradora del paternalismo de una sociedad del bienestar, obra de ingenieros sociales. En el mejor de los casos lo que hoy llamamos democracia no ha pasado de ser una nueva forma de aristocracia, y en el peor de ellos una forma de oligarquía. Michel Foucault ha descrito muy bien el proceso histórico de transformación de las técnicas de poder, desde un ejercicio brutal y despótico a un ejercicio suave y bondadoso cuya denominación adecuada es paternalismo.
Afincada en un racionalismo instrumental, la mentalidad moderna construye sus teorías de la sociedad a través de dos patrones alternativos: uno de raíz kantiana, que busca el establecimiento de sistemas regulativos que garanticen a priori la igualdad y la justicia, y otro de raíz utilitarista que mide la actuación humana desde el rasero de la eficacia y del resultado. Ambos criterios aparecen barajados en proporciones diferentes en las formas concretas de sociedades democráticas existentes, dando el Estado Social prioridad a las reglas, mientras el Régimen de Mercado acentúa el criterio utilitarista. Común a ambos modelos es la reducción de la pluralidad concreta de «los hombres» a la pluralidad abstracta y descarnada de «el hombre», ese hombre de la estadística que es al mismo tiempo todos y ninguno; es decir, la reducción de la subjetividad de un «tú» y un «yo» a la objetividad de un «él», sin por ello dejar de hablar de Yos transcendentales y de intersubjetividades. Mientras que lo que preocupa, por ejemplo, a John Rawls es la construcción de un ámbito institucional que garantice la bondad de las acciones distributivas de la justicia, quiere Habermas establecer a priori los cauces de un diálogo social que garantice el consenso y la legitimidad democrática. La participación ciudadana en esas teorías de la sociedad es una participación abstracta, alejada de toda concreción cotidiana.
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La esencia de la acción democrática es la participación pacífica, activa y libre de los ciudadanos en la vida pública de su comunidad y su nación. Según la académica Diane Ravitch, “La democracia es un proceso, una manera de vivir y trabajar en conjunto.