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En 1939, cuando se inicia la trama del asesinato del revolucionario Lev Davidovich Bronstein, más conocido como León Trotski, este tenía 61 años y vivía recluido en México, amenazado de muerte por la larga mano de los servicios secretos de Stalin. Poco quedaba ya del Trotski forjador del Ejército Rojo y líder de la insurrección bolchevique que asaltara el palacio de Invierno en 1917.
En el exilio, apenas conservaba una sombra del poder de antaño, aunque su prestigio y guía continuaban siendo indiscutibles para los seguidores de su doctrina repartidos por todo el mundo. El recelo entre Trotski y Stalin venía de lejos, de los primeros tiempos del triunfo bolchevique, y se acentuó en los últimos años de la vida de Lenin.
Cuando este murió en 1924, Stalin fue haciéndose con la maquinaria del poder y acorralando políticamente a Trotski. Le expulsó del Partido Comunista y le obligó a abandonar la URSS para salvar la vida. La antipatía entre los dos hombres terminó enconando un conflicto personal y político que ya no dejó margen a ningún tipo de compromiso.
Se teje la conspiración
A finales de los años treinta, los servicios del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, precursor del KGB), dirigidos por Laurenti Beria, recibieron órdenes de centrarse en la eliminación de los dirigentes trotskistas, incluido, naturalmente, el propio Trotski.
Este llegó a México en 1937 gracias al asilo político que le concedió el presidente Lázaro Cárdenas. Antes había estado refugiado en Turquía, Francia y Noruega, países que lo consideraron un huésped muy problemático e hicieron lo posible por alejarle.
Una fuerza secreta iría a México para asesinar a Trotski. La operación llevaría el nombre clave de UTKA
Los planes para acabar con Trotski, que continuaba fantaseando con que millones de revolucionarios le siguieran para “tomar por asalto el cielo y la tierra”, recibieron un nuevo impulso en marzo de 1939, con el nombramiento de Pavel Sudoplatov como jefe de operaciones especiales de la Inteligencia Exterior soviética. En presencia de Beria, el nuevo responsable de la eliminación de los “enemigos del pueblo” recibió órdenes directas de Stalin.
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