• Asignatura: Derecho
  • Autor: maria1234560
  • hace 7 años

la práctica de los derechos humanos en Oceanía

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Respuesta dada por: MARIDII0923
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Fue un año de represión, pero también de resistencia. El gobierno chino reprimió con fuerza renovada las libertades prometidas al pueblo de Hong Kong en el acuerdo de transferencia de soberanía de 1997. Sin embargo, y pese a la adversidad extrema de las circunstancias, esas libertades se defendieron en las calles con valentía. Mes tras mes, haciendo frente a los abusivos métodos empleados por la policía —entre ellos, innumerables descargas de gas lacrimógeno, detenciones arbitrarias, agresiones físicas y abusos en detención—, millones de personas mostraron su determinación, exigiendo la rendición de cuentas y reafirmándose en sus derechos humanos a la libertad de expresión y de reunión pacífica.

La llama de las protestas pacíficas prendió también en India, donde millones de personas salieron a la calle para protestar contra una nueva ley sobre el reconocimiento de la ciudadanía india que discriminaba a quienes profesaban la religión musulmana. Los dos Estados más grandes y poderosos de Asia intentaron imponer su sombría y despótica visión sobre el resto del continente, tratando a las minorías como amenazas para la seguridad nacional. Así ocurrió en la provincia teóricamente autónoma de Sinkiang, donde se endurecieron las medidas represivas contra la población túrquica musulmana, mientras iba saliendo a la luz el verdadero horror de los “campos de reeducación”. Algo parecido ocurrió en Cachemira —único estado indio, hasta la fecha, de mayoría musulmana—, cuya autonomía especial quedó revocada y sustituida por un estado de sitio que continuaba en vigor en el momento de redactar estas líneas.

La política de demonización se abatió también sobre el Estado insular de Sri Lanka, donde estalló la violencia contra la población musulmana tras los atentados con bomba perpetrados el domingo de Pascua en tres iglesias y tres hoteles, que se saldaron con más de 250 víctimas mortales de religión cristiana. En noviembre, Gotabaya Rajapaksa fue elegido presidente, en un panorama ya saturado de líderes autoritarios y cada vez con menos esperanzas de sanar las heridas producidas por el conflicto interno prolongado durante decenas de años. En Filipinas, Rodrigo Duterte prosiguió con su sanguinaria “guerra contra las drogas” entre tímidos gestos de condena internacional.

En todo el sudeste asiático se afianzaron aún más en el poder gobiernos represivos que silenciaron a sus adversarios, amordazaron a los medios de comunicación y limitaron el espacio de la sociedad civil hasta tal punto que, en numerosos países, el mero hecho de participar en una protesta pacífica podía ser motivo de detención. En el sur de Asia, los gobiernos se mostraron ansiosos por mantenerse y buscaron nuevas formas de perpetuar la ya habitual represión, recurriendo, sobre todo, a la aprobación de leyes draconianas que penalizaban la disidencia en Internet.

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Respuesta dada por: hashtagsbullsheet
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Fue un año de represión, pero también de resistencia. El gobierno chino reprimió con fuerza renovada las libertades prometidas al pueblo de Hong Kong en el acuerdo de transferencia de soberanía de 1997. Sin embargo, y pese a la adversidad extrema de las circunstancias, esas libertades se defendieron en las calles con valentía. Mes tras mes, haciendo frente a los abusivos métodos empleados por la policía —entre ellos, innumerables descargas de gas lacrimógeno, detenciones arbitrarias, agresiones físicas y abusos en detención—, millones de personas mostraron su determinación, exigiendo la rendición de cuentas y reafirmándose en sus derechos humanos a la libertad de expresión y de reunión pacífica.

La llama de las protestas pacíficas prendió también en India, donde millones de personas salieron a la calle para protestar contra una nueva ley sobre el reconocimiento de la ciudadanía india que discriminaba a quienes profesaban la religión musulmana. Los dos Estados más grandes y poderosos de Asia intentaron imponer su sombría y despótica visión sobre el resto del continente, tratando a las minorías como amenazas para la seguridad nacional. Así ocurrió en la provincia teóricamente autónoma de Sinkiang, donde se endurecieron las medidas represivas contra la población túrquica musulmana, mientras iba saliendo a la luz el verdadero horror de los “campos de reeducación”. Algo parecido ocurrió en Cachemira —único estado indio, hasta la fecha, de mayoría musulmana—, cuya autonomía especial quedó revocada y sustituida por un estado de sitio que continuaba en vigor en el momento de redactar estas líneas.

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