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La figura tuvo especial importancia en la Monarquía española a partir de los Reyes Católicos y su nieto Carlos I de España (y V de Alemania) por la enorme acumulación de territorios que, por su extensión y la imposibilidad de comunicaciones rápidas, no podían gestionarse de forma centralizada. Tras la Guerra de las Comunidades quedó claro que el centro vital de la Monarquía iba a ser Castilla, algo que se confirmó con el establecimiento definitivo de la Corte en Madrid por Felipe II, a excepción del breve período en que la Corte se trasladó a Valladolid en el reinado de Felipe III. En cada reino se instituyó la figura del virrey, además de una serie de reformas dirigidas a imponer el poder real por encima de la nobleza y el clero; incluso en los vastos territorios del Nuevo Mundo la instauración de virreyes confirma que estos territorios se consideraban como una provincia del imperio, con los mismos derechos que cualquier otra provincia en la España peninsular.5 La importancia de dicha forma de gobierno llevó a que la historiografía denominara al periodo histórico de su vigencia como "el Virreinato".