Aquel era un día para ser saboreado. Era un día para
sentir el olor de cada pastito y de cada hoja, y el sabor del
viento, y el sabor del sol que se quedaba entibiando las
hojas de los árboles.
El coaticito subía y bajaba y volvía a subir, y saltaba de
rama en rama y de un árbol a otro, raspándose los brazos
y arañándose las orejas con las espinas, y golpeándose en
cada salto mal calculado. Y en cada golpe y en cada arañazo
sentía un poco de dolor y una cosa que no podía nombrar
pero que le corría por todo el cuerpo, y estaba contento.
-¡Coaticito! -llamó el papá-. ¡Es hora de bajar!
--Viajar lejos en la punta de un árbol -contestó.
-¡Coaticito! --llamó la mamá-. ¡La comida está lista!
-Un día para saborear el sol -contestó.
-Coaticito! -gritaron los dos-. ¡Te vas a quedar sin postre!
-El viento tiene olor a naranjas.
Coaticito!!
-Un día para descubrir que uno tiene manos y ojos y nariz.prácticas del lenguaje
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