Historia de una familia desplazada

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Respuesta dada por: javierarias1723
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Etilso Cabarcas huyo a Venezuela para construir un futuro mejor cuando los paramilitares lo obligaron a abandonar su tierra, la crisis en la frontera hizo que volviera a Colombia.

Etilso Cabarcas, como un caracol, ha tenido que cargar con su casa a cuestas dos veces en la vida: la primera en 2001 cuando tuvo que salir del caserío La Bonga, Bolívar, por las amenazas de los paramilitares; la segunda en abril pasado al partir de Los Teques, capital  del estado Miranda, cuando se torno difícil la estadía de  los colombianos en Venezuela. En ambos momentos solo pudo agarrar unas “pocas cosas” y dejó atrás la mayoría de las pertenencias que compró “con años de trabajo”.  

Cabarcas camina las calles polvorientas de La Cangrejera, un sector de invasión del corregimiento de La Playa, al norte de Barranquilla; no están pavimentadas ni cuidadas como las de Las Laderas, el barrio venezolano a donde llegó en 2004 “en busca de un futuro mejor”. La contextura  atlética y su 1,80 de estatura le ayudó a conseguir un trabajocomo vigilante de lunes a sábado. “Ganaba 4.000 bolívares fuertes quincenales ($19.600 al cambio actual) y eso me alcanzaba para vivir bien”, aunque al trasladar ese sueldo a Colombia no llega al salario mínimo diario legal  vigente ($21.478,33).

Respuesta dada por: emmelyscarolina24
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Respuesta:comienzos de 2001 llegaron los paramilitares. Los primeros que cayeron asesinados fueron los que tenían algún negocio. Acusado de dotar a la guerrilla de víveres, a la entrada de Turbo, mataron a Echeverry. El rumor era que, lista en mano, matarían a todos los que trabajaban en el comercio con él. Una tarde llegó una pareja de vecinos a la casa de Eduardo y Fanny. “¿Ustedes no se han ido? Ya mataron otro de los trabajadores de Don Darío. ¿Qué están esperando?”, comentó la vecina. Al atardecer, ese día, con la ropa que tenían puesta, con sus cuatro hijos y uno de tres meses en el vientre, la joven pareja decidió irse para Medellín. Los primeros días fueron los más difíciles. El frío de la ciudad era algo para lo que no estaban preparados. Debajo de un puente tuvieron que organizar una suerte de cambuche. Al cabo de unos de unos días Stefani, la niña menor, con tres meses de edad, se enfermó de neumonía. Los médicos no la querían atender porque no tenían Sisbén. Logrado lo del Sisbén, la niña tuvo que permanecer casi un año hospitalizada. “Aguantamos mucha hambre y frío debajo de un puente. Mi esposo no conseguía nada, a veces nos tocaba tomar aguadepanela y nada más”, comenta Fanny seis años después. Jhon Alexander, el hijo mayor con 12 años, se enfermó del estómago. Tan pronto llegaron, la hostilidad del asfalto y el smoke, la dureza de la gente fue lacerando sus corazones. “Una vez salí debajo del puente, le pedí a una señora y me insultó tan feo: ‘Que trabajara, que yo estaba muy joven’. Yo le dije, si supiera a dónde ir a trabajar, yo no estaría aquí. La gente no entiende la situación de uno, y uno sin conocer a nadie tiene que sufrir mucho”, recuerda Fanny, mientras agacha la mirada. Ella es una mujer de 32 años de baja estatura y figura gruesa. Tiene los ojos pequeños, indígenas, y una tristeza que parece ancestral. Fueron tres meses en la calle, hasta que supieron de un barrio de invasión que se estaba formando, en la Comuna 13. Loma Verde se llama el asentamiento, que aún no se ha registrado, ubicado en la zona occidental de Medellín. Fanny levantó una casa de madera. Al estilo de las construcciones en los pueblos de Urabá, ella compró tableta de madera y con la ayuda de unos vecinos levantó un rancho que poco a poco ha ido acondicionando para que sus hijos puedan vivir. Stefani actualmente tiene siete años. Sufre de una enfermedad que los médicos dicen que es incurable, púrpura trombopénica aguda. Los síntomas son unos moretones que le aparcen en la piel y luego comienza a brotarle la sangre por los poros. “Yo no sé si eso fue de esa época, como a ella la alimentábamos tan mal”, explica Fanny. La dieta es especial para que la niña pueda mantener la suficiente cantidad de glóbulos rojos. Sin embargo, a veces, Fanny no le puede dar sino aguadepanela y arepa. Tuvo que poner una tutela, alentada por una vecina, para que el Sisbén le pudiera ayudar con la medicina. Eduardo los abandonó hace un año. Desde entonces Fanny tiene que vender dulces en los buses o hacer aseo en casas ajenas. Con lo que consigue, a veces, les da dinero para los pasajes a sus dos hijos que están en el colegio. Sólo una vez, hace año y medio, recibió una ayuda de la Unidad de Atención al Desplazado. “Yo no sabía que la Alcaldía daba ayudas, estaba novata en eso”. A Fanny, cada vez que habla de lo que le ha tocado sufrir, las lágrimas se le aflojan. “Uno ve la gente de la calle, los desplazados, y dice Dios mío ampáralos. Yo ya pasé por ahí. Eso es muy duro. No dejo de pedir por ellos”, dice. La casa poco a poco la han ido dotando de lo necesario. Cosas que otras personas les han regalado. Adentro todo está limpio y en orden. Sentada en un sillón, Fanny responde las preguntas de la entrevista. Se disculpa por no poder ofrecerme nada de tomar: “Pero es que no hay nada”. La camiseta color mostaza que lleva puesta reza “Las fronteras no existen, los amores sí”. Pero ella sabe que eso no es verdad. Su tierra está abandonada, y allá no puede volver, a pesar de que, como dice ella: “allá la vida era muy buena. Uno cultivaba su tierrita y cocinaba lo que cultivaba, no tenía qué preocuparse por pasajes y gastos porque todo estaba ahí. Aquí la vida es muy cara y muy dura” .

Explicación:espero verte ayudado esta larga pero muy buena

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