LA DESILUSIÓN DE UN HINCHA

(Fragmento)

Era el boxeador triste de los años olvidados. El iluso que todos los días (a las 5 en punto de la mañana) salía a devorar kilómetros de calor y polvo. Su nombre… lo mismo daba su nombre o su apellido; su historia… su única historia estaba por escribirse. Sus sueños eran lo único que importaba. Ganaría unos pesos, tal vez algunos dólares, y después sí, a comprarse el tiquete para ir a la Copa América con Colombia.

Después sí, a sufrir con Colombia. A gritar cada gol como si fuera el último de su existencia. Era el boxeador triste de los años olvidados, el soñador que se reventaba las manos con la bolsa de arena para obtener pegada. No había podido ser futbolista porque no era muy dúctil con las piernas, pero agotaría todos los esfuerzos para estar cerca de sus ídolos. Willington, Arboleda, Umaña, Zape, Díaz, Campaz.

¡Si consiguiera por lo menos para ir a los juegos en Bogotá!, le decía a su madre, que hasta algunas baratijas vendió para ayudarlo. Seis meses en esas, hasta que en un entrenamiento le metió su mano izquierda a Prudencio Cardona y lo mandó al suelo. Silencio entre los siete negros que miraban la sesión. Silencio en el manager que vio la oportunidad de ganar algunos pesos. El primer contrato para Julio Ramírez, los primeros ahorros, los primeros partidos.

Peleó tres veces como profesional. Una derrota, una victoria y una derrota, lo suficiente para cumplirle a su ilusión. Se mandó hacer el “afro” en la peluquería de la tía Josefina para quedar igual a Diego Umaña (su ídolo), guardó en su equipaje lo que encontró. Y a sus guayos (“por si acaso”). Claro, por si acaso. A los 19 años aún podía ser futbolista. ¿Y si me dejan en una práctica? ¿Ah? ¿Y si al Caimán Sánchez le gusta mi swing? ¿Ah? ¿Tú qué me dices mami?

Anduvo por Bogotá, Asunción, Montevideo, Lima y Caracas. Tan nervioso que apenas si hablaba. Tan feliz que cada dos días le mandaba una carta a la vieja Rosario, su madre, para contarle cada partido, para describirle cada gol (como si la vieja no lo viera todo por la televisión). Cuando volvió, a Barranquilla entera la quería reunir para referirle su historia. Por el sueño cumplido, sí, pero más por la emoción de haber visto a aquel equipo ganarles a los uruguayos, paraguayos y ecuatorianos.

Fernando Araújo Vélez

Adaptado de: Díaz, Luis y Paredes, Julio (selección). (2011). El fútbol se lee. Biblioteca Libro al Viento, N° 76. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, p. 71-72.

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