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El interés por las ciencias naturales que Edgar Morin revela en su obra no es accidental, su aparición no es meramente circunstancial, sino que responde a lo más profundo de sus preocupaciones. En el prólogo de Ciencia con consciencia nos explica cómo desde su primer libro, El hombre y la muerte, el problema que lo acompañará toda la vida es "el de una antropo-sociología abierta [...] al universo biofísico, del cual se distingue al mismo tiempo que está inmersa en él" (Morin, 1984: 9). Para Morin la preocupación antropológica no puede prescindir de una reflexión sobre temas científicos fundamentales, como la relatividad einsteiniana, la teoría del big bang, el principio de indeterminación de Heisenberg, entre otros, pues el hombre es, después de todo, hijo del cosmos. De esta manera surge en él un diálogo multidisciplinario con el que se verá en posición de cuestionar los aspectos del mundo contemporáneo al identificar sus problemas y sus crisis.
A pesar de su temprana relación con las ciencias naturales, fue gracias a una invitación que recibió para una estancia en el Instituto Salk de Estudios Biológicos, entre 1969 y 1970, que Morin hace un contacto más directo con las teorías más recientes que se discutían en ese entonces en los campos de la física, la biología, la genética, etc. Esta oportunidad, combinada con su excepcional formación en ciencias humanas, lo llevaría a proponer su paradigma de la complejidad constituido en torno a los conceptos de orden, desorden y organización con los que tratará de entender el entramado de la realidad.
En diferentes momentos, Edgar Morin reconoce el poder de la ciencia de la naturaleza nacida en la cultura occidental, señala sus posibilidades y sus límites, puntualiza sus errores, identifica las rupturas que experimenta durante el siglo XX y nos descubre nuevos caminos que nos permiten superar una visión del mundo que nos quedó corta. Morin escudriña una nueva manera de entender la ciencia, más trascendente, que abarque la complejidad humana y que no se quiebre en la sobreespecialización que mutila y dispersa el conocimiento. Se afana por encontrar un pensamiento totalizador —que no totalizante, explica él—,1 un conocimiento más amplio y reflexivo. Para arribar a tal concepción considera que el aporte de las ciencias es tan importante, que a partir de ahí construirá su paradigma de comprensión. La búsqueda "viene de nuestro suelo científico en convulsión [...] ha nacido de la crisis de la ciencia, y se nutre de sus progresos revolucionarios" (Morin, [1981] 2006a: 30). El presente ensayo busca recuperar y valorar, en su justa medida, la visión moriniana de las ciencias naturales, así como atender su demanda por evadir la tentación de la simplicidad y por admitir que nada en nuestro mundo puede ser estudiado de manera transparente y objetiva, que siempre encontraremos complejidad, diversidad, caos.
CIENCIA Y CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL
Según Morin, la aventura intelectual que dio lugar a la ciencia moderna tuvo sus orígenes en el pensamiento cartesiano, pero su desarrollo posterior estuvo marcado por una serie de paradojas, de incongruencias, de contrasentidos. El establecimiento de reglas, métodos y heurísticas permitieron un desarrollo insólito de las ciencias, pero en su camino tuvo que recurrir, en varios sentidos, al ocultamiento, a la disyunción, a la fragmentación. Fue un proceso necesario en su momento, pero que en el último siglo ha debido reconsiderar sus puntos de partida, los supuestos en los que se basó, gracias a lo cual presenta ahora opciones nuevas, miradas renovadas que apuestan a una transformación enriquecida de nuestra visión del mundo. Un nuevo atisbo que, desde la perspectiva de Morin, lleva en su núcleo la idea de complejidad y con ella las de orden, desorden, incertidumbre, azar y organización.
Explicación:
A pesar de su temprana relación con las ciencias naturales, fue gracias a una invitación que recibió para una estancia en el Instituto Salk de Estudios Biológicos, entre 1969 y 1970, que Morin hace un contacto más directo con las teorías
Espero te sea contundente