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A los 10 años, una niña japonesa de nombre Yayoi Kusama entra en contacto con el mundo del color y la plástica. Enamorada desde entonces de los lunares (polka dot), empieza a realizar obras donde la fantasía y la realidad conviven en entornos en los que nada es lo que parece. Retratos de su madre plagada de lunares. Obras que pretenden reflejar las inquietantes alucinaciones que produce su propia mente… La solución que encontró Kusama para contrarrestar los efectos de su desorden mental fue, sencillamente, pintar aquello que veía.
La niña Yayoi Kusama vive aún en sus Infinite Rooms, en los lunares que siempre vuelven, en las flores que brotan a medio camino entre el paraíso y el infierno. El mundo artístico de una de las creadoras contemporáneas más fascinantes tiene su origen en las pesadillas que nunca la abandonaron. Pero al crecer, despliega la belleza más especial ante los asombrados ojos del espectador.
Yayoi Kusama signing
“Mi arte es una expresión de mi vida, en particular de mi enfermedad mental”. Yayoi Kusama.
Yayoi Kusama nació en Matsumoto (Japón) en 1929. Su infancia, adolescencia y juventud transcurrieron en una sociedad misógina, en la que la mujer tenía poco o nada que decir. Y mucho menos en el complicado campo del arte. En 1957, con 28 años se muda a Nueva York para buscar nuevas vías de expresión con las que dar salida a la vorágine artística que anidaba en su mente y en su espíritu. El bullicioso mundo artístico norteamericano y su predominancia masculina no impidieron que la artista llegara a convertirse en una de las creadoras más efervescentes, innovadoras y activas de su época (y de las que vendrían después). En forma de instalaciones o happenings; desde lienzos oversize a performances, la obra de Yayoi Kusama despliega desde entonces hasta hoy una variedad y una inquietud que no conocen barreras.
Nueva York (1957-1973)
Imagen: All the eternal love I have for the pumpkins (2016) – Disponible en Dallas Museum of Art
En Nueva York, la artista entra en contacto con figuras de la talla de Andy Warhol y Donald Judd. Vive en primera persona la explosión del pop art y la desbordante creatividad de los años 60 y 70, que influyen poderosamente en sus instalaciones llenas de luz, color y curvas. Es también el momento de sus famosas “esculturas blandas”, montajes realizados con telas y acolchados que desvelan un profundo temor (revelado por la artista) a la sexualidad y la penetración.
A finales de los años 60, el potente movimiento sociocultural que experimenta la escena norteamericana se apodera del espíritu de Yayoi Kusama. Ella lo abanderam creando obras en el campo del happening, las manifestaciones antibelicistas y la moda. También comienza a realizar películas a medio camino entre la cinematografía, el autorretrato y el arte, entre las que destaca Kusama Self-Obliteration (La autodestrucción de Kusama). Este filme obtuvo numerosos premios y supuso un paso de gigante para el reconocimiento artístico a nivel mundial de una artista tan innovadora como interesante.
1973 es el año del retorno de Yayoi Kusama a su Japón natal. Su talento se despliega entonces en múltiples facetas; desde la ya reconocida plástica, hasta la recién descubierta literaria. En 1983, su novela La cueva de los estafadores de Christopher Street gana el 10º Premio Literario para Autores Noveles de la revista Yasei Jidai. Los 80 son la década de las primeras grandes exposiciones de la artista, a nivel mundial: su obra viaja al Museo de Bellas Artes de Calais (Francia), a Nueva York y a Londres. Viajes que culminan con la presencia en 1993 en la Bienal de Venecia, donde su Jardín de Narcisos (fuertemente influenciado y promovido por el artista Lucio Fontana) habla al espectador acerca el narcisismo vital de la creadora utilizando como lenguaje su pasión por las flores, los espejos y las formas esféricas e infinitas.
Si algo caracteriza a las obras de Yayoi Kusama es, sin duda, su intensidad. La artista, prolífica e innovadora, otorga una vida casi sufriente a todas sus creaciones. Desde sus primeras piezas, donde ya se percibía la presencia de la alucinación mental como parte indesligable de la estética, las obras de Kusama atrapan al espectador y le arrastran a una corriente de pasiones.