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Me predisponía a terminar de elaborar el segundo artículo sobre la relación entre las megarepresas, la sustentabilidad (tan pregonada últimamente) y el debate que nos debemos acerca de cuál modelo de desarrollo es el apropiado para esta región – arrimando a mi escritorio esa montaña documental que me ha venido quitando el sueño en los últimos meses – cuando, consultando las cartas que ya comencé a recibir como respuesta al artículo primero, creo haber detectado una cierta angustia por encontrar un modo de resolver la necesidad de generar más energía eléctrica y, a la vez, evitar los desastres ecológicos y sanitarios de una propuesta como la de Garabi, Panambi, Corpus y otras.
¿Qué otras alternativas hay? ¿Cómo es eso de las turbinas de flujo libre, sin represas, para generar hidroelectricidad con bajo impacto? me preguntaron algunos. ¿Podes comentar sobre la micro hidroelectricidad o las mini turbinas? me sugerían otros. ¿Qué podemos pretender con la eólica, con la biomasa o con la solar? ¿Es cierto que si se desarrollara la eólica en el sur tenemos para toda la Argentina? me preguntaban los más ecologistas.
Prometo que trabajaremos estos temas y otros relacionados. Porque claro que sí, claro que hay otras alternativas más convenientes y ajustadas a nuestra región y a las necesidades ecológicas y sociales nuestras. Pero es muy importante detenernos un poco más, antes, en ver las peligrosas consecuencias sanitarias que nos traería el pretender continuar caminando por la senda de Yacyretá, la senda de Garabi, la senda de las megarepresas.
La discusión sobre si debemos permitir que se hagan Garabi y Panambi o no ya está a flor de piel en todo Misiones y comienza a estar del mismo modo en Corrientes y, muy pronto, estará planteado en Buenos Aires. A la vez que crece, fuertemente, esta polémica, del lado brasileño.
Es hora de pensar sobre las prioridades: qué debe subordinarse a qué. La sanidad y la salud a la economía y el confort o estos últimos adecuarse a las condiciones básicas de la sanidad y la salud. Pensar en desarrollar la economía y el confort pero en armonía con la sanidad y la salud, de las personas y del propio ecosistema (algunos prefieren denominarlo medio ambiente) en el que vivimos.
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