problemáticas de naciones sin territorio o estados plurinacionales
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Respuesta dada por: NThalie10
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Del Estado-nación y de las naciones sin Estado

Cuando parecía que la multiplicación de los Estados había llegado al límite de su capacidad, ciertos acontecimientos -la desaparición de la URSS, la desmembración de Yugoslavia, por citar dos muestras emblemáticas- han venido a demostrar, sin embargo, que tal límite no había sido aún alcanzado. Ahora bien, no es menos cierto que las fuerzas centrífugas que tienden a debilitar la cohesión del Estado-nación nunca han sido tan activas como ahora, ni nunca como ahora ha sido tan fuerte la presión de los elementos externos que contribuyen igualmente a su decaimiento. En efecto, por un lado, la entrada de nuevos actores en la escena internacional -las corporaciones transnacionales, diversas agrupaciones supranacionales, entre los más importantes-, que se salen del marco de la territorialidad estatal, supone una competencia cada vez más pujante para el poder de los Estados. Por otro lado, volviendo a los límites territoriales del Estado y sin salirnos del solar de la Unión Europea, el despertar nacionalista, que de un tiempo a esta parte viene tañendo las campanas de la utopía posnacional -en Euskadi, Córcega, Escocia, Flandes o Cataluña, entre otras regiones que reivindican una autonomía plena, cuando no su credencial de nación, y aún más-, constituye asimismo un envite, esta vez intramuros, al poder del Estado.

Dadas estas circunstancias, ¿cabe afirmar que el Estado-nación está en quiebra? O, por el contrario, ¿no sería más acertado pensar que, precisamente por mor de la emergencia de esos nuevos Estados y la multiplicidad de las reivindicaciones nacionalistas, estamos asistiendo a un renovado entusiasmo por la idea del Estado-nación, aunque sólo fuera por su virtualidad para colmar las aspiraciones de las llamadas naciones sin Estado que de hecho la reclaman para sí? Acaso no sea aventurado sostener que la idea del Estado-nación, en virtud de esa paradoja, está triunfando justo cuando los Estados que la encarnan han de enfrentarse a una progresiva cesión de su poder.

Nación, Estado: he aquí los términos de referencia. El uso que de ellos se viene haciendo entre nosotros dista no pocas veces de ser correcto, e incluso con cierta frecuencia se interpretan sesgadamente o son objeto de una ambigüedad calculada, dando pábulo a una ceremonia de la confusión que enmascara la realidad que representan. No estaría, pues, de más fijar los conceptos. Veamos.

La nación es un grupo humano caracterizado por vínculos sólidos de diverso tipo (étnico, lingüístico, cultural, espiritual, material, etcétera). Pero ni la raza, ni la lengua, ni la geografía, ni cualesquiera otros elementos, por sí solos, hacen una nación. La nación cobra entidad sólo cuando los individuos manifiestan, mediante el reconocimiento de tales nexos, la voluntad de vivir juntos. Es decir: la nación es un plebiscito de todos los días, como afirmó Renan. A esta ambición universalista del pensamiento francés, la nación-contrato, se opone la definición particularista del romanticismo alemán, cimentada en los lazos de sangre de los individuos y en el hecho de descender de un antepasado común, así como en una lengua y una cultura comunes. En nuestro siglo, Stalin la definió como "una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad del idioma, del territorio, de la vida económica y de la psicología, que se manifiesta en una comunidad de cultura". Para Renner, en cambio, las naciones, "que emergen gracias a una historia, una lengua y una cultura comunes", se afirman sobre todo como "unidades de voluntad y acción".

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