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RESPUESTA:
Desde mi experiencia, participar es lograr una intervención a partir de las necesidades, exigencias, valoraciones y concepciones de la política que nosotros y nosotras tenemos. A veces la participación simplemente se entiende como poder hablar, pero cuando eso no se transforma en hechos que puedan garantizar nuestros derechos, esta queda desdibujada. Participar es intervenir, incidir, construir, con los y las jóvenes, desde nuestra experiencia y necesidades. Muchas veces dicen “los jóvenes participan”, hacen una consulta y piensan que por eso ya hemos participado, pero a la hora de generar políticas públicas las hacen sin nosotros, a partir de diagnósticos ajenos a nuestra realidad, sin tener en cuenta que el mundo juvenil es heterogéneo, plural y que se manifiesta de diversas maneras.
Ernesto Rodríguez: Efectivamente hay distintos niveles de participación. Lo relevante es participar efectivamente en la toma de decisiones. Se puede participar en una actividad, en una consulta, pero lo fundamental es cómo se participa en los espacios y en las instancias en las que se toman decisiones vinculadas con el diseño, la implementación y la evaluación de las políticas públicas, en particular las que tienen que ver con jóvenes.
NL: Respecto a la relación que los Estados establecen con los jóvenes, considerando tanto los espacios que se habilitan para su participación como aquellos que los propios jóvenes conquistan a través de sus reclamos ¿Cuál es el panorama hoy en la región?
DA: En relación con el vínculo que los Estados establecen con los jóvenes, creo que se puede hacer un análisis en tres niveles. En algunos países de nuestro continente los Estados ven al joven como un actor vulnerable, conflictivo, violento. De aquí se desprenden políticas que buscan dar solución a ese actor vulnerable, violento, criminal. Son políticas que nos estigmatizan y criminalizan. Por otro lado, existen políticas de integración que están ligadas a escuchar a los jóvenes, pero que todavía no vinculan a las organizaciones con la toma de decisiones. Y por otro lado, movimientos de fuerte incidencia, como el movimiento estudiantil chileno 4, que busca establecer una nueva lógica educativa, o el movimiento juvenil en Brasil 5, que busca establecer una relación más equilibrada con el Estado con vistas a generar mayores garantías en los derechos. Esas tres situaciones caracterizan la realidad que atraviesa nuestro continente.
ER: Desde los Estados en América Latina lo que prima es la apertura de espacios controlados, acotados, que tratan de evitar los desbordes de parte de los jóvenes. Ejemplos de esto podrían ser los Consejos de la Juventud que se generan en varios países, tanto a nivel nacional como municipal. O los Consejos Estudiantiles, que en algunos casos se plantean como formas de participación de los estudiantes pero que, sobre todo en secundaria, a veces están muy restringidos o se transforman en mecanismos mediante los cuales las direcciones de los colegios imparten ciertas directrices. Del lado de los jóvenes, en cambio, hay una tendencia a ir más allá, a ocupar más espacios de los que los Estados les proponen. Últimamente es claro que los jóvenes donde más cómodos se sienten, más se expresan y participan es en las calles. Reclamando justamente espacios más amplios de participación donde sean efectivamente escuchados y puedan expresar sus opiniones con fuerza, sin coacciones, sin límites.
La reacción de los Estados a lo que los jóvenes expresan o reclaman en las calles suele ser punitiva y controladora. Lamentablemente, la protesta social suele ser considerada casi como un delito en muchos países de América Latina y eso restringe las posibilidades de participación . Salvo contadas excepciones, la reacción de nuestros Estados ha sido controlar, castigar y reprimir, más que abrirse, escuchar, e incorporar estos reclamos de participación por parte de los jóvenes.