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Respuesta:
Primero era la tierra... y eran las lagunas, grandes lagunas. La mayor de todas era la de Nupisu, Piendamó, en el
centro de la sabana, del páramo, como una matriz, como un corazón; es Nupirrapu, que es un hueco muy profundo.
El agua es vida. Primero eran la tierra y el agua. El agua no es buena ni es mala. De ella resultan cosas buenas y
cosas malas. Allá, en las alturas, era el agua. Llovía intensamente, con aguaceros, borrascas, tempestades. Los ríos
venían grandes, con inmensos derrumbes que arrastraban las montañas y traían piedras como casas; venían
grandes crecientes e inundaciones. Era el agua mala. En ese tiempo, estas profundas guaicadas (hondonadas entre
dos montañas) y estas peñas no eran así, como las vemos hoy, todo esto era pura montaña, esos ríos las hicieron
cuando corrieron hasta formar el mar. El agua es vida. Nace en las cabeceras y baja en los ríos hasta el mar. Y se
devuelve, pero no por los mismos ríos sino por el aire, por la nube.
Subiendo por las guaicadas y por los filos de las montañas alcanza hasta el páramo, hasta las sabanas, y cae otra
vez la lluvia, cae el agua que es buena y es mala. Allá arriba, como la tierra y el agua, estaba él-ella (El Pishimisak
es la unidad perfecta, el par perfecto; encierra en su ser los dos principios, lo masculino y lo femenino, que juntos
dan la multiplicación; pero, a la vez, se conforma en dos personajes: el Pishimisak propiamente dicho y el Kallim).
Es el Pishimisak, a la vez masculino y femenino, que también ha existido desde siempre, todo blanco, todo bueno,
todo fresco. Del agua nació el kosrompoto, el aroiris que iluminaba todo con su luz; allí brillaba, el Pishimisak lo veía
alumbrar.
Explicación:
ese es uno de los mitos que me contaron