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Resguardarse, resistir y luchar
La dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976 se propuso un proyecto más ambicioso que las anteriores: la reorganización de una sociedad que había desafiado el orden y la autoridad en amplios aspectos de la vida social. Y su magnitud, la violencia genocida que desplegó, no fue una contingencia, sino el producto de la necesidad de poner un freno rotundo a este accionar del proletariado argentino que desde el ‘69 se venía desarrollando con ritmos desiguales, con avances y reflujos, pero en forma permanente.
El capital avanzaría, ahora sí, en su necesidad de aumentar la tasa de plusvalía. Pero para ello precisaba una matanza sin precedentes en nuestro país. Este genocidio se materializó a través de una estrategia de represión clandestina que resultó sumamente eficaz ya que además de eludir cualquier tipo de control “paralizaba” a sectores de la clase obrera por terror. Las modalidades clandestinas de represión incluyeron el secuestro y la detención en centros clandestinos, la tortura y la ejecución. Vale aclarar que si bien la estrategia de exterminio ya estaba planteada con las AAA y operativos represivos como el de Villa Constitución, la violencia que desplegó el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional no dejó de ser inédita para el conjunto de la sociedad.
La clase obrera se vio afectada en este período por políticas represivas, económicas y laborales. Los ataques no se hicieron esperar; la mañana del mismo 24 de marzo los principales cordones industriales amanecieron con retenes militares y el 26 de marzo de 1976 los matutinos más importantes del país anunciaron “El derecho a huelga quedó suspendido temporariamente”[i].
Enfrentamientos defensivos
A pesar de la ferocidad que mostró el golpe desde el primer día, la clase obrera no se quedó de brazos cruzados. Por supuesto que las políticas dictatoriales tuvieron un impacto devastador sobre los trabajadores, restringiendo sus posibilidades de organización y lucha. Aun así, importantes sectores de la clase desarrollaron formas de organización y protesta, que fueron variando y cambiando a lo largo del período.
En principio, las luchas fueron defensivas. Desde 1976 la resistencia tuvo como punto central de movilización, el salario y el recorte de las conquistas obreras en las condiciones de trabajo.
Aumento de la conflictividad obrera
En 1978, fruto de las presiones internacionales y de la resistencia obrera, el gobierno debió dar unos pasos atrás en el plano sindical, aunque sin perder el control de la situación. Esos pequeños avances indicaban que la resistencia obrera se mantenía. Se implantaron las “comisiones normalizadoras” y la “comisión técnica” que estudiaría la normalización sindical. Por otro lado, el gobierno había aceptado que una delegación fuera a la OIT y que la misma fuera designada por los gremialistas sin pasar por las comisiones que funcionaban en la CGT bajo control militar.
La resistencia de los trabajadores empezó a ser una constante que el gobierno debió enfrentar: los dirigentes políticos empezaban a criticar el plan económico y exigían la ampliación de las libertades políticas.