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En su edición de marzo de 1908, la Pearson's Magazine tituló "El Presidente Díaz, Héroe de las Américas", a la entrevista que don Porfirio había concedido al periodista James C. Creelman. El material, que se publicaba en inglés, fue del conocimiento de los mexicanos por la glosa que del texto original hizo el periódico El Imparcial, bien conocido por su adhesión y solidaridad al régimen encabezado por el antiguo héroe de la guerra de Intervención, que, medio siglo después, había dejado de ser el chinaco de aspecto rudo y grandes mostachos para "blanquearse", adquirir maneras elegantes (por más que Carmelita Romero Rubio, su esposa, jamás pudo mejorarle por completo la ortografía) y convertirse en la encarnación del poder político, en una especie de gran padre del pueblo mexicano.
Tenía 77 años don Porfirio cuando accedió a dejarse entrevistar por el reportero Creelman, que gozaba de cierta notoriedad. Bien visto, era un sujeto interesante a los ojos de un periodista: militar exitoso en su juventud, presidente en siete ocasiones, artífice de la pacificación de un país que había vivido todo un siglo entre asonadas, conspiraciones, luchas civiles e invasiones.
Curioso texto el de la entrevista Díaz-Creelman, como se le ha conocido a través de los años: aspiraba a ser, un poco, eso que hoy día, en las escuelas de periodismo, llaman "entrevista de semblanza", que intentaba acercarse a la biografía, a la personalidad del anciano mandatario, recuperar un poco de su pasado y retratar con fidelidad su presente. No en balde la entrevista fue ilustrada con cuidadas imágenes del presidente, pero también con la foto de uno de sus pequeños nietos, vestido como un soldado de la guardia presidencial; con las imágenes del Palacio Nacional, que en aquellos días tenía un piso menos; con el retrato del "México de hoy", en el que , como aseguraba un pie de foto, se reunían dos civilizaciones: la de la carreta tirada por caballos y la del flamante automóvil. Esa dicotomía se reiteraría a lo largo de toda la publicación: frente a la sala del Museo Nacional, llena de "piedras de sacrificios" y "esculturas aztecas", Creelman reproducía un cuadro mexicano que representaba la tortura de Cuauhtémoc; el ferrocarril pasaba junto a una vieja escalinata de piedra, donde una mujer, arropada en su rebozo, veía pasar, junto con la máquina, a la modernidad. "Aquí están, frente a frente, el Nuevo México y el Viejo México", aseguraba uno de tantos pies de foto.
Los lectores de la Pearson's Magazine, vieron, así, al presidente Díaz, sentado en actitud relajada, usando bombín, junto a una de sus hijas; exhibiendo sus habilidades de cazador, con fotografías tomadas un par de años atrás. En suma, abría la puerta de su vida personal, para mostrar el paseo de ahuehuetes donde cada mañana hacía ejercicio y "planeaba el destino del país"