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EL CARÁCTER DE LA ESCOLÁSTICA
Desde el siglo IX aparecen, como consecuencia del renacimiento carolingio, las escuelas. Y un cierto saber, cultivado en ellas, este saber a diferencia de las ciertas artes liberales, el del Trivium y el Quadrivium, es principalmente teológico y filosófico. El trabajo de la escuela es colectivo; es una labor de cooperación, en estrecha relación con la organización eclesiástica, que asegura una especial continuidad del pensamiento.
En la Escolástica existe, sobre todo del siglo XI al XV, un cuerpo unitario de doctrina que se conserva como un bien común, en el que colaboran y que utilizan los diversos pensadores individuales. Como en todas las esferas de la vida medieval, en la Escolástica no se subraya demasiado la personalidad del individuo. Como las catedrales son inmensas obras anónimas o poco menos, resultados de una larga labor colectiva de generaciones enteras, así el pensamiento medieval se va anulando sin discontinuidad, sobre un fondo común, hasta el final de la Edad Media. Por esto el sentido moderno de la originalidad no tiene aplicación exacta en la Escolástica.
Por otro lado, los géneros literarios escolásticos responden a las circunstancias en que se desenvuelven. Guardan una estrecha relación con la vida docente, con la vida de la escuela, luego con las universidades. La enseñanza escolástica se hace, en primer lugar, sobre textos que se leen y se comentan; por eso se habla de lecciones; estos textos son a veces los de la misma Biblia, pero con frecuencia son obras de Padres de la Iglesia, de teólogos o de filósofos antiguos o medievales. Al mismo tiempo, la realidad viva de la escuela provoca las disputationes, en que debaten cuestiones importantes y se ejercitan los participantes en la argumentación y demostración.
De esta actividad nacen los géneros literarios. Ante todo, los comentarios a los diferentes libros estudiados; en segundo lugar, las quaestiones, grandes repertorios de problemas discutidos, con sus autoridades, argumentos y soluciones. Por último, las grandes síntesis doctrinales de la Edad Media, en que se resume el contenido general de la Escolástica que originó grandes aportes a la teología en general, como es la Summae, sobre todo las de Santo Tomas y en especial la Summa Theologiae. (AQUINO, I, 45, 6 – 7). Estas son las formas principales en que se vierte el pensamiento de los escolásticos.
¿Cuál es el contenido de la Escolástica? Es ¿Filosofía? O ¿Teología? ¿Son las dos cosas o una tercera? Desde luego, la Escolástica es teología, pero si hay filosofía medieval dentro de las obras escolásticas. Entonces se piensa que necesariamente que ambas, teología y filosofía, coexisten; que hay, junto a la teología escolástica, una filosofía cristiana, llamada por los filósofos modernos filosofía escolástica.
Desde aquí comienza el problema de la relación entre ambas, que se suele intentar resolver acudiendo a la idea de subordinación: Philosophia ancilla theologiae; es decir la filosofía seria una disciplina subordinada de la teología que serviría para sus fines propios (FLORIO, 2003: 242 – 244). Cabe afirmar que esto no es cierto la filosofía no es, ni puede ser una ciencia subordinada, que sirve para hacer algo con ella; como ya había dicho Aristóteles, la filosofía no sirve para nada, y todas las ciencias son mas necesarias que ella, aunque ninguna sea superior (MARIAS, 1957, 9ª edición, 124 – 125).
Por otro aparte, no es cierto que en la Edad Media haya una filosofía ajena a la teología, de la cual esta puede echar mano.
La verdad es más bien otra. Los problemas de la Escolástica son ante todo problemas teológicos, simplemente dogmáticos, de formulación e interpretación del dogma, a veces de explicación racional o incluso demostración. Y esto problemas teológicos suscitan nuevas cuestiones, que son también filosóficas. Imaginemos el dogma de la Santa Cena, por ejemplo: se trata de algo religioso, que en sí mismo nada tiene que ver con la filosofía. Pero, si queremos comprenderlo de algún modo, recurriremos al concepto de transustanciación, que es un concepto estrictamente filosófico; esta idea nos introduce en un mundo distinto, el de la metafísica aristotélica (Ibíd), y dentro de la teoría filosófica de la sustancia se plantea la cuestión de cómo sea posible la transmutación en que consiste la Santa Cena.
El dogma de la creación nos fuerza, igualmente, a plantear el problema del ser, y nos vuelve a poner en la metafísica, y así sucesivamente.