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En la pequeña región centroamericana hay por lo menos tres modalidades de democracia como sistema de gobierno, lo que preferimos llamar Estado democrático. La primera es el Estado democrático representativo; en el caso de Costa Rica funciona con normalidad lo que se puede calificar como el Estado liberal avanzado. En esta región, finalmente, el ejemplo para lo bueno y lo malo, es Costa Rica.
La segunda modalidad corresponde al Estado democrático postconflicto, en Nicaragua y El Salvador; en ambos países funcionan formas participativas relativamente avanzadas en relación con sus historias previas. Se diferencian uno del otro en que en Nicaragua la guerra civil se ganó frente a una dictadura familiar; fue una revolución antiautoritaria de toda la nación contra el Estado somocista. En El Salvador la guerra civil, extraordinariamente sangrienta y prolongada, terminó con la nación exhausta, y dejó una democracia electoral que ganó su fuerza y su debilidad al reproducir en la competencia político-electoral las dos fuerzas que pelearon en la guerra: la burguesía agraria organizada en el partido ARENA, de derecha, y el Frente Farabundo Martí, a la izquierda.
El tercer tipo lo ofrecen Honduras y Guatemala, que tienen Estados democráticos débiles, poco representativos, permanentemente al borde del colapso. Llama la atención Honduras que tiene uno de los bipartidismos más prolongados de América Latina y, sin embargo, las reiteradas crisis no son conflictos entre los dos partidos sino fracturas en uno de ellos, el Partido Liberal. En Guatemala, la “contienda” electoral, que no competencia, se produce en un escenario totalmente dominado por fuerzas de derecha; en este país no existen fuerzas políticas de izquierda.
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