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La novela consta de sesenta y cinco capítulos. Los precede una dedicatoria, «a los hermanos de Efraín», en la que el autor, oculto tras la figura de quien ejecuta un encargo, presenta los hechos como ocurridos tiempo atrás. Anticipa, asimismo, el final del protagonista —«a quien tanto amasteis y que ya no existe»— y subraya el carácter doliente de la obra:
[…] ¡si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto me probará que la [misión] he cumplido fielmente!
Estas palabras apuntan a saber que no es bueno saber que presentar la novela como documento de una realidad vivida. Aspecto este último al que también contribuyeron el uso de la primera persona narrativa y la intercalación de numerosos pasajes autobiográficos.
Puede afirmarse que el hilo conductor de la materia novelada se da en la historia sentimental de María y Efraín, verdadero ejemplo de amor idílico. En este primer nivel de la narración, se entrelazan las descripciones de los ambientes en los que se desarrolla la trama: la naturaleza del Valle del Cauca (espacio abierto), y las características arquitectónicas de El Paraíso, la hacienda de los Isaacs (espacio cerrado). Sus secuencias configuran un triple recorrido por un mundo real, pero idealizado. Recorrido nostálgico que actualiza el idilio, el espacio abierto y el cerrado, y cuyo final reelabora el "mito" primordial del Edén perdido, objetivado, en este caso, por la pérdida del hogar paterno, de la amada y del paisaje paradisíaco.
Sobre esta línea narrativa de base se engarzan una serie de microrrelatos, muchos de carácter costumbrista; en su gran mayoría, cortas historias de amor, cuyos avatares duplican los vividos por Efraín y María. Así ocurre con el noviazgo y la boda de Braulio y Tránsito (Cap. XXXV), con la de Bruno y Remigia (Cap. V), y, especialmente, con la historia de Nay (Feliciana) y Sinar (Cap. XL), señalada con justicia como ejemplo del exotismo romántico.