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Explicación:Durante siglos la humanidad se regía por un sistema donde eran inexistentes los derechos humanos. El sistema era centralizado en la persona del rey, quien bajo la proclama “el Estado soy yo”, hacía de su voluntad el privilegio y el monopolio para impartir justicia, promulgar leyes, otorgar rentas y conceder licencias territoriales o negocios a la corte, además de títulos nobiliarios. El reclamo de privilegios y la negociación de los mismos dependía de la correlación de fuerzas militares y alguna que otra dispensa de autoridad religiosa.
El sistema era por lo mismo presidido por la opacidad y era perfecto para hacer legitima la corrupción, al igual que no tener fronteras o limites entre los intereses personales del gobernante y las decisiones o intereses del Estado.
Tras el siglo de las luces, imperios como el español fueron lentos en adoptar la democracia liberal y una ética capitalista, lo que ayuda a entender cómo las antiguas colonias españolas tienen una alta propensión al caudillismo atado al Estado, con igual sentido absolutista que durante la edad media y en donde resulta fértil la descomposición política. Por lo mismo, es precaria la idea de participación democrática y más común creer que tomar decisiones tras discusiones colectivas es ineficiente e indeseable, muy a pesar de que hoy sea políticamente correcto decir que tenemos capacidad de trabajo en equipo.
En América Latina son pocas las excepciones de países que no hayan vivido más días en dictadura que en democracia. Ese es el modelo neo-feudalista del castrismo de Cuba. Lo novedoso de nuestros días es que, por medio de la democracia, varios grupos políticos emplearon la reciente abultada bonanza para perpetuarse en el gobierno, elegidos bajo la figura de un caudillo populista.
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Esto ha aminorado la institucionalidad del Estado democrático haciendo que los avances sean anodinos y que en muchos casos la sociedad no esté en condición de arraigar sus conquistas económicas, dado el precario avance de sus capacidades productivas. Este fenómeno de avance económico supeditado al Estado y no al desarrollo del sector productivo podría llamarse el feudalismo del siglo XXI, cuya figura más representativa es el chavismo de Venezuela.
Venezuela representa la reestatización de la economía, la abierta negación de la economía de mercado y la abolición de la propiedad privada que reclama el capitalismo, al igual que el despojo al ciudadano de su Estado ahora que el gobierno ya no puede legitimarse con los votos. También es la criminalización conveniente y selectiva de la oposición, de la diferencia ideológica o social y de las organizaciones productivas. Llevada a cabo por 20 años de ejercicio de poder a nombre del ideario de Simón Bolívar, traicionando aquella lucha libertaria ante una opresión que se negaba a la autodeterminación del pueblo y a un orden social basado en los derechos del hombre.
El silencio de la izquierda latinoamericana es vergonzoso, porque calla la represión a la protesta social y cuando se reestablece en el continente el delito de opinión.
La crisis venezolana es una oportunidad, porque ya no se trata del fracaso de un “socialismo” en una isla pequeña y sin mayores recursos, sino de un país, tal vez el más rico en recursos naturales y tras la mayor bonanza de su historia. Y una amenaza, porque obliga a distanciarse de los modelos pseudo-capitalistas que perpetúan la captura del Estado para proteger la sobreconcentración de los medios de producción. No distanciarse nos hace más semejantes y menos diferentes del feudalismo del siglo XXI que se rechazan en el Castro-Chavismo.
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Una reflexión pertinente aquí, donde apenas 16 empresas son el 52% de las exportaciones, las dos actividades extractivas suman 87% del volumen exportado y donde Kalmanovitz estima que el grado de concentración de la tierra es enorme con un Gini sin territorios étnicos de 0,95. Pertinente aquí, si el candidato es el que diga Uribe o ante unas encuestas donde Gustavo Petro, el mismo que cuando una empresa gana dinero algo hace mal, registra bien muy a pesar de que su alcaldía fue “el Distrito soy yo”. Un país donde para crecer e innovar hay que dejar de pensar en que “la empresa soy yo”.
En la versión digital consulte el grafico sobre 2.000 años de historia económica. The Economist dice que en 10 años del Siglo XXI hay mayor producto económico que en los primeros 19 siglos de nuestra era y el World Economic Forum destaca el colosal impacto de la revolución industrial y el resurgimiento de Asia, así como el crecimiento exponencial del siglo XX.