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La revolución de 1917 estalló en plena guerra mundial en la que Rusia, aunque perteneciendo de hecho a la coalición victoriosa, sufrió severas derrotas.
En cierto sentido algunos consideran que la revolución se vio propiciada por el fracaso del ejército zarista.
Pero la realidad es que la guerra no hizo más que acelerar un proceso que desde hacía varias décadas estaba erosionando el viejo orden establecido; aceleración que ya se había visto más de una vez intensificada por otras derrotas militares.
El zar intentó evitar las consecuencias de su fracaso en la guerra de la concediendo la emancipación de los siervos en 1861.
La derrota en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 se vio inmediatamente seguida por un annus mirabilis de revoluciones.
Tras el desastre militar de 1915-1916 el movimiento empezó de nuevo desde el punto muerto al que había llegado en 1905, con la diferencia que en 1905 la insurrección de diciembre de los obreros de Moscú, había significado la palabra fin de la solución, mientras que en 1917 la revuelta armada Petrogrado fue la primera chispa.
La organización más importante creada por la revolución de 1905 1/ fue el llamado "consejo de representantes obreros" o soviet de San Petersburgo 2/.
Tras un intervalo de doce años, los primeros días del nuevo alzamiento, aquella organización volvió de nuevo a vitalizarse para convertirse en el foco principal del gran acontecimiento que avecinaba.
Al comparar la revolución soviética con la francesa o con la puritana inglesa sorprende que lo que en las últimas revoluciones citadas tardó años en resolver en la revolución soviética fue solventado en la primera semana del alzamiento.
El clásico preludio de otras revoluciones que casi siempre había sido un enfrentamiento entre un monarca y alguna clase de "cuerpo parlamentario" no existía en la revolución soviética e 1917.
Los que defendían el viejo absolutismo de los Romanov apenas tuvieron ocasión de hablar; desaparecieron de la escena casi al mismo tiempo que se alzaba el telón.
Los constitucionalistas que habrían deseado conservar la monarquía, aunque sometida a un cierto grado de control parlamentario, no tuvieron siquiera ocasión de exponer su programa; en los primeros días de la revolución la fuerza de los sentimientos republicanos les obligaron a arriar la bandera monárquica y a desarrollar su acción política como constitucionalistas tout court.
Aquí no encontramos ningún paralelo con los estados generales franceses o con el parlamento inglés de las revoluciones a que nos hemos referido al principio.
La característica principal de los acontecimientos de 1917 fue la lucha entre unos grupos que hasta hacía poco tiempo habían formado el ala extremista de la oposición clandestina: lo que podríamos llamar Gironda rusa (los socialistas moderados) y la Montaña rusa (los bolcheviques).
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