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Una breve pero aguda punzada sobre el costado me detuvo. Levanté los ojos y eché una rápida mirada por el cuarto. Todo parecía llevar mucho tiempo inmóvil, dispuesto para siempre con un afan moderado y elemental. La silla de mimbre contra un rincón, el pequeño tocador, el armario de dos puertas, los inevitables cuadros con paisajes bajo un cielo azul y un sol brillante. Escuché el murmullo lento y acompasado que salía de Sonia y traté entonces de construír una frase oportuna para ofrecerle. Una afirmación cariñosa que le restituyera la confianza en recuperar de nuevo el esplendor pasado de su voz aún intacta
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