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En la mitad de la nueva novela infantil de Edna Iturrald, una niña indigente de más o menos 12 años, llamada La Flaca, le cuenta a su compañero de ventas callejeras uno de los episodios de su vida: "Cuando estaba en el albergue, es decir, en la 'cárcel' de los curitas, nos hacían cantar todo el tiempo. Eso sí me gustaba y también que a veces venía una señora a contarnos cuentos".
Esa suerte de presencia accidental de la señora que 'cuenta cuentos' parece ser uno de los escasos recuerdos que dulcifican la memoria de una niña cuya vida ha sido toda tragedia. Y parece también la secreta intención que ha empujado la pluma de Iturralde a través de las 126 páginas de la breve narración.
Parece como si la autora buscara convertirse en una presencia maternal para los niños de la calle que, según cuenta, le sirvieron de molde para imaginar sus personajes. Esa inquietud emotiva dicta los renglones por donde transcurre la ficción. Y tan profundo el influjo de su tierna idealización que incluso invade el terreno de la verosimilitud de los mismos personajes. Pues es difícil pensar que un lector, y más aún un lector joven (de los más difíciles de conquistar), pueda creerse que un niña de la calle pueda decir ni en su mejor momento de inspiración: "¡No lo mires de frente! (...) Mejor me pongo a trabajar. Si no cumplo con la venta, me va a castigar. Mira, siéntate allí debajo (...) y espera a que el 'Calzón Tierno' se marche a controlar cómo van las ventas en la otra calle. Luego hablamos". O que un niño campesino llegado a la ciudad, apenas bautizado por su 'buen aspecto' como el 'Futre' diga en tono de confusión: "¿Cómo me has llamado?" A menos que se trate de un niño español. Y hay otros ejemplos.
Según Iturralde, la novela nació de la necesidad de presentar a los niños de la calle frente a los ojos de una sociedad indiferente y ciega. Solo que la literatura, a pesar de sus buenas intenciones, puede ser igual de indiferente que la sociedad. Una ficción en primer lugar tiene que comprometerse en ser buena literatura y luego buscar otros compromisos.
Sin embargo, en varios tramos, las palabras logran efectos emotivos luminosos propios del género infantil y recuerdan a la narradora que ha conseguido varios premios internacionales. Este por ejemplo: "Las sienes le latían como si el corazón se le hubiera trepado a la cabeza y sintió náuseas", o este otro: "¿No qusieras poder volar, 'Futre'?- Él asintió con la cabeza. -Yo también. Volaría a las estrellas y me detendría sobre la Luna... estoy segura de que la Luna no quema los pies- razonó pensativa".
Sea como sea, estos seres despojados y tenaces que en la realidad pueblan la noche quiteña y que se agrupan en la imaginación naif de la sociedad bajo el nombre de 'niños de la calle' llegaron a la novela de Iturralde, como ella ha dicho, solo como un molde.