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Su jefe lo envió a Ramos a Lince a buscar a Fausto López, quien debía a la empresa cuatro mil soles, en tinta y papel de imprenta, en su recorrido mientras espera el ómnibus en la av. Abancay, miran cuantas casas están siendo destruidas, casas de adobe, de madera; y en su reemplazo se estaban construyendo casas de concreto armado.
Consultando su expediente Ramón se dirige a una casa de vecindad, recorrió su largo corredor perforado de puertas y ventanas, hasta una de las últimas viviendas. Tocando la puerta, pregunto por Fausto López, no aquí vivo yo, Juan Limayta, gasfitero. Y lo cerró la puerta.
Ramón preguntó y nadie parecía conocer al deudor. Se tomó un refresco en la pulpería, cerca del pestilente urinario; a punto de volverse a la oficina. Vio a un niño que repartía programas de cine. El relaciono con la tinta de la empresa. Le pregunto quién era su papa. Y el niño dijo Fausto López. Le pidió que lo llevara a su casa; el niño lo llevó.
Toco la puerta, se acordó del consejo del jefe,” nada de amenazas”, cortesía, confianza. y mientras esperaba, una mujer saco la cabeza por la ventana y le preguntó qué cosa quiere. Ante la sorpresiva pregunta, y quedando frente a frente con la mujer, solo dijo soy vendedor de radios, no quiere uno, le damos a un buen precio, y al mismo tiempo que escondía la factura. No ya tenemos dijo la mujer.
Explicación:
lo siento pero no hay mas corto
por conseguir el amor de una joven llamada queca, roberto lopez, un zambo,
que cada vez quería parecerse a un rubio de filadelfia y no un blanquito peruano mas, ser un gringo era estar por encima de todos
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