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La primera función de la epidermis es producir una capa córnea eficaz, protectora, semipermeable, que haga posible nuestra supervivencia en el medio terrestre. Esta barrera cutánea impide tanto la pérdida de fluidos corporales como la entrada al organismo de elementos nocivos, como los agentes patógenos o los rayos ultravioletas de la luz solar. Para llevar a cabo todas estas funciones protectoras y reguladoras, la epidermis sintetiza, tras el proceso de diferenciación, un gran número de proteínas y lípidos incluidos en la composición de la capa córnea. Este proceso, llamado queratinización, se acompaña de transformaciones radicales del queratinocito: de una forma capaz de realizar una mitosis, muy activa desde el punto de vista metabólico, pasa a una forma aplanada y anucleada que descama la superficie de la piel, todo ello en unos treinta días. A lo largo de todo este proceso y en función del estado de diferenciación alcanzado, la célula sintetiza varios tipos de queratinas, que son las proteínas estructurales principales de los queratinocitos y permiten las modulaciones adecuadas del citoesqueleto; también sintetiza diversos lípidos que permiten controlar la permeabilidad de la epidermis. Esta importante síntesis proteica, la formación de numerosas uniones intercelulares y el constante reciclaje de las células, permiten mantener una epidermis suficientemente elástica, cohesiva e impermeable. No obstante, este equilibrio resulta frágil, y un defecto de queratinización debido a una mutación genética, una alteración inmunitaria o una agresión ambiental, puede tener graves consecuencias sobre la homeostasis de la epidermis y sobre la función de barrera de la capa córnea.