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Felipe II prohibió a los españoles estudiar en las universidades europeas y los inquisidores prohibieron la entrada de libros filosóficos y de pensamiento en España. Tantas trabas puso el santo tribunal al progreso, que, en 1523, el humanista español Luis Vives profetizó lo siguiente: “Ya nadie podrá cultivar las buenas letras en España sin que al punto se descubra en él un cúmulo de herejías… que hará imponer el silencio a los doctos”.
Los intelectuales y los artistas españoles no podían expresarse libremente, mientras sus colegas europeos vivían días de exaltación de todo lo humano y lo divino durante el Renacimiento.
La revolución francesa y la ilustración divulgaban ideas libertarias que la Inquisición española se encargaba de perseguir, hasta el punto de examinar cualquier producto procedente de Francia, en busca de cualquier cosa que atentase contra la dignidad cristiana de la población.
Y así, explican algunos, el hábito inquisitorial ha llegado hasta nuestros días. Y es que vivir casi cuatrocientos años con el miedo a ser delatado, con el temor al qué dirán, ha hecho que el hábito inquisitorial siga presente en nuestras vidas, sobre todo si uno pertenece a lugares y vecindades pequeñas.