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es un simple rejuntado de personas. Es la voluntad colectiva de compartir un mismo territorio, un idioma, una cultura, un gobierno, la vida en común. Una nación se construye en el tiempo con creencias, ideas y sentimientos, y sólo será viable cuando esté fundada en verdaderos compromisos y negociaciones.
Una nación es también un conglomerado de raíces, subculturas e intereses distintos; no la constituye un grupo de amigos, los miembros de una iglesia o de un partido político. Es la paleta del pintor que contiene las diversas formas de interpretar la realidad y de aportar las soluciones a los problemas que se presentan.
Nuestra nación comenzó su alumbramiento en aquel primer cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 y finalizó seis años después, el 9 de julio de 1816. En el momento de su mayor debilidad, cuando los españoles avanzaban decididos a recuperar sus colonias, los patriotas se plantaron y gritaron: "¡O juremos con gloria morir!". La causa de la libertad nos unió para construir un destino común.
Hoy, doscientos años después, resulta imprescindible preguntarnos: ¿qué nos une? ¿Cuáles son nuestros valores en común? ¿Cuáles son nuestras creencias básicas? ¿Compartimos sentimientos que nos hermanan como miembros de una misma comunidad? ¿Somos verdaderamente una nación?
En el estado actual en que nos encontramos, es vital y urgente reconstruir un marco de respeto y confianza, un ambiente en el que las disidencias no sean motivo para caratular al otro de malintencionado, vendepatria o traidor; terminar con la violencia verbal y aceptar que no hay dueños de la verdad, que nuestros juicios son relativos, parciales y, muchas veces, equivocados.
Se necesita que los principales referentes políticos, económicos y sociales dejen atrás sus veleidades y divisiones para que en un acto de genuino patriotismo identifiquen -por consenso, nunca por imposición de una facción- una gran causa nacional que actúe como motor integrador hacia un futuro de esperanza.
¿Cuál podría ser la gran causa que nos una detrás de un objetivo común? ¿Existe esa causa, crítica, justa e integradora? ¿Esa razón que arremeta contra un estado de cosas que desafía nuestro destino como país?
Toda la ciudadanía sufre diariamente las consecuencias de un mal que nos carcome y nos avergüenza como nación: la exclusión social. Porque un país con excluidos sociales no es un lugar digno para nadie (ni siquiera para los incluidos). Una sociedad indiferente es una sociedad injusta y, también, suicida, porque el excluido, al ser abandonado a su suerte, ya no comparte las reglas de juego de la sociedad; al quedar fuera de la educación y del trabajo convierte su situación en amenaza violenta hacia ese mismo sistema que, absurdamente, lo impulsa a consumir. La violencia actual tiene varias causas y una de ellas, tal vez la más importante, es la de estos millones de compatriotas -sobre todos niños y jóvenes- para los que no hay esperanza. Solucionar esta problemática tan compleja requiere un trabajo coordinado y la aprobación de políticas de Estado consensuadas entre los principales partidos políticos en áreas tan diversas como la educación, la economía, el trabajo, la asistencia social y la seguridad.
La erradicación de la exclusión social podría ser la gran causa nacional -como ayer lo fue la libertad- que nos reúna para volver a ser un país generoso y digno para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.