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La Mesa del Diálogo Argentino representó y representa (aún con sus actuales limitaciones) una experiencia hasta entonces inédita de protagonismo por parte de la sociedad civil argentina, en el marco de una crisis política, económica y social de magnitud también inédita, experimentada por Argentina durante los años 2001 y 2002, que tensó hasta los límites los lazos que unen a la sociedad argentina en su conjunto y la puso al borde de la desintegración, el conflicto social generalizado y aún la guerra civil.
Superada lenta y trabajosamente la crisis, y evidenciado el resurgimiento económico e instalado un nuevo gobierno democrático, la vigencia de la Mesa se redujo sustancialmente, coincidiendo con la recuperación del protagonismo por parte de las autoridades de elección popular y la disminución del cuestionamiento generalizado a la clase política por parte del pueblo, que constituyó una de las notas salientes del tiempo de crisis.
Aún continuando en su funcionamiento, la Mesa parece haber perdido en los hechos como su interlocutor fundamental al Gobierno nacional, quien de la actitud de recepción de propuestas, búsqueda de diálogo y consensos, ha pasado al rol de pleno y exclusivo ejecutor de su rol de formulación de políticas, prestando sólo muy limitada atención a las propuestas surgidas de la Mesa.
No obstante, el protagonismo de las organizaciones de la sociedad civil en Argentina no ha retornado al bajo nivel previo al año 2001, aunque ahora se manifieste en mayor grado en la crítica y propuesta en búsqueda del perfeccionamiento institucional, la transparencia y la reforma política; aspecto este último que constituye probablemente el aspecto fundamental en que la Mesa no logró concretar sus objetivos.