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Desde épocas antiguas el ser humano se ha preocupado por diferenciarse de los animales, a partir de lo que se ha cuestionado respecto a las cualidades que nos definen como humanos o sobre cuál es la esencia de lo que se conoce como humanidad; para muchos, una característica primordial de nuestra especie es precisamente esa, la capacidad de cuestionarnos respecto a nuestra condición como seres vivientes en el mundo y el papel que desempeñamos en este.
Uno de los primeros en cuestionarse sobre esto fue Platón, quien, de acuerdo a la historia de la filosofía, partía de la premisa de que el ser humano es, a grandes rasgos, un ser bípedo y sin plumas –vale acotar, que hace la aclaratoria respecto a la ausencia de las plumas teniendo en cuenta que las aves también son bípedas-; por más extraño que pudiese parecer, para Platón, la asociación entre la postura corporal y la ausencia de cobertura corporal estaba relacionada con la inteligencia.