• Asignatura: Historia
  • Autor: jersoncarmona
  • hace 8 años

8 situaciones en que se parescan la vida cotidiana de roma con la de hoy en dia.

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Respuesta dada por: marialeal1229
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Respuesta:

Muchas tradiciones de aquel imperio siguen vigentes. Entenderlas, cree la experta británica en antigüedad clásica, nos ayuda a conocer mejor nuestro mundo

A finales del siglo IV d. C., el río Danubio era el paso de Calais de Roma. Lo que solemos denominar las invasiones bárbaras, la llegada de hordas (quizá muchedumbres) al Imperio Romano, podrían calificarse también como unos movimientos masivos de inmigrantes económicos o refugiados políticos del norte de Europa. Y las autoridades romanas tenían tan poca idea de afrontar aquella crisis como las nuestras, además de que, por supuesto, eran menos compasivas.

En Italia, la vida romana también tenía aspectos que nos resultan familiares. Vivir en una capital con un millón de habitantes, la mayor aglomeración urbana en Occidente hasta el siglo XIX, planteaba problemas que nos resultan conocidos: desde la congestión del tráfico (una ley intentó impedir que circularan vehículos pesados por la ciudad durante el día y, como consecuencia, la noche se llenó de un ruido espantoso), hasta problemas rudimentarios de urbanismo (¿qué altura debía autorizarse para los edificios de pisos, y en qué materiales debían construirse para que no fueran presa del fuego?).

También había debates interminables sobre el reparto de cereal gratis o subvencionado a los ciudadanos que vivían en la capital. ¿Era un uso apropiado de los recursos del Estado y un precedente del que enorgullecerse, la primera vez en Occidente que un Estado había decidido garantizar la subsistencia básica a muchos de sus ciudadanos? ¿O era una forma de estimular la holgazanería y una extravagancia que las arcas del Estado no podían permitirse? Una vez descubrieron a un rico conservador romano haciendo cola para recoger su ración, que había criticado con vehemencia y que, desde luego, no le hacía ninguna falta. Cuando le preguntaron el motivo, respondió: “Si habéis decidido repartir las propiedades del Estado, yo no me voy a quedar sin lo que me corresponde”. No es una lógica muy diferente a la del millonario moderno que reclama su licencia de televisión o su abono de transporte gratuitos.

Sin embargo, lo que hemos heredado de Roma por encima de todo son muchos de los principios fundamentales y los símbolos con los que definimos y debatimos la política y la acción política. El asesinato de Julio César en los Idus de marzo del año 44 a. C. fue, en realidad, una operación chapucera. Pese al glamour que da a la conspiración la versión de Shakespeare, el cabecilla era Marco Junio Bruto, un tipo nada atractivo, cuyo único motivo de fama hasta entonces había sido sacar casi un 50% de interés de los préstamos a los desgraciados habitantes de Chipre.

No sólo me refiero a Catilina y las libertades civiles, sino también a las anécdotas morbosas y a menudo ficticias de los emperadores, que han inspirado nuestras opiniones sobre la corrupción política y los excesos y las justificaciones, malas y buenas, de la expansión imperialista y la intervención militar.

Pero resulta mucho más engañosa cuando se disfraza en la respuesta a algunos de los mayores interrogantes sobre la Roma antigua. ¿Cómo consiguió una ciudad a orillas del Tíber, pequeña, corriente y sin grandes ventajas, llegar a dominar la península itálica y la mayor parte del mundo conocido? ¿Tal vez, como se dice muchas veces, no era más que una comunidad entregada a la agresión y la conquista, construida sobre los valores del triunfo militar y poco más?

La realidad es que los romanos no empezaron su andadura con un grandioso plan de conquistar el mundo. Acabaron por justificar su imperio por un destino manifiesto, y Virgilio utilizó su épica nacional, la Eneida, para hacer en retrospectiva que Júpiter profetizara que Roma iba a ser “un imperio sin límites”. Pero los motivos iniciales de sus conquistas no son tan fáciles de discernir. De lo que no cabe duda es de que, al adquirir su imperio, los romanos no se dedicaron a avasallar cruelmente a unos pueblos inocentes.

gaban las cabezas de los enemigos como trofeos delante de las cabañas.

Pero es un error en los dos sentidos. Las ciudades-estado de Grecia estaban tan deseosas de ganar batallas como los romanos, y en su mayoría tenían muy poco que ver con el breve experimento democrático de Atenas. Y varios escritores romanos no sólo no defendieron el poderío imperial, sino que analizaron con agudeza los orígenes y las repercusiones de sus intervenciones en el mundo.

La historia de Roma duró más de mil años (más de dos mil si tenemos en cuenta los siglos del imperio bizantino en Oriente). Para bien o para mal, Roma está enraizada en nuestras tradiciones políticas, culturales y literarias, en nuestras formas de pensar. No pretendo formar un club de fans de la antigua Roma. No hacemos ningún favor a los romanos considerándolos héroes, pero tampoco demonizándolos. Y no nos haremos ningún favor a nosotros mismos si no los tomamos en serio y renunciamos a nuestra larga y complicada conversación con ellos.

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