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En efecto, la relación entre el apetito y la actividad física es directa, esto a razón que la demanda del consumo de calorías proveniente de las actividades cotidianas e incluso el metabolismo basal provoca un déficit calórico desencadenando la respuesta orgánica que el cerebro traduce como apetito o hambre. Este proceso se acentúa cuando el individuo lleva a cabo una rutina de ejercicios intensa o una actividad física diaria muy demandante.
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