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Se denomina patriarcado a toda forma de organización social cuya autoridad se reserva exclusivamente al hombre o sexo masculino. En una estructura social patriarcal, la mujer no asume liderazgo político, ni autoridad moral, ni privilegio social ni control sobre la propiedad. Deriva del término «patriarca»,1 que ya desde la antigüedad se entiende como un jefe varón de una familia o comunidad. Su opuesto lingüístico es «matriarcado». Las sociedades patriarcales generalmente son también patrilineales. El concepto puede asociarse a todas las organizaciones sociales, políticas, económicas y religiosas en las que existe un desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, en favor de los primeros.2
Se identifica al patriarcado, entonces, con el predominio del marido sobre la esposa, del padre sobre la madre y los hijos sobre las hijas.
Esta idea de dominio y liderazgo por parte de los hombres ha implantado, simultáneamente, un orden simbólico mediante los mitos y la religión, que reproducirán aquella superioridad como única estructura posible.3
El término ha ido ampliando su significado con el transcurso del tiempo. Especialmente desde fines del siglo XX, a partir de las teorías feministas surgidas en Occidente en la década de 1970.
Al igual que muchos otros conceptos correspondientes a las ciencias sociales, no tiene una definición precisa con la que generalmente todo el mundo esté de acuerdo.4
En los estudios feministas y varios estudios sociológicos, históricos, políticos y psicológicos, el término patriarcado es utilizado para describir una situación de distribución desigual del poder entre hombres y mujeres en la que los varones tienen preeminencia en uno o varios aspectos, tales como la prohibición del derecho al sufragio, la regulación de los delitos contra la libertad sexual, la violencia de género, los regímenes de custodia legal de los hijos, la doble moral según el género, el sexismo en el lenguaje, mecanismos de invisibilización, la determinación de las líneas de descendencia (filiación exclusivamente por descendencia patrilineal y portación del apellido paterno), los derechos de primogenitura, la autonomía personal en las relaciones sociales, la participación en el espacio público ―político o religioso― o la atribución de estatus a las distintas ocupaciones de hombres y mujeres determinadas por la división sexual del Trabajo.[cita requerida]
Antes de los años setenta, se hacía referencia a estas ideas alusivas a la dominación a través de expresiones como “subordinación” o “sujeción” de las mujeres, o también de “condición femenina".4
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