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Las mujeres —escribió el viajero francés Julián Mallet— son encantadoras, hablan el castellano con mucha corrección y gusto, pero lo que influye en sus atractivos es la irresistible inclinación que tienen por toda bebida y por el tabaco". Era 1809. Esas mujeres, esas costumbres, eran las de una Buenos Aires que estaba cocinando una revolución. Iba a cambiar una forma de gobierno; la vida de todos los días empezaba a ser otra.
"Más allá de lo político —dice Daniel Schávelzon, especialista en arqueología urbana— es un momento de transición en la vida de la comunidad." Schávelzon y su equipo excavaron en los terrenos de viejas casas porteñas y analizaron los pozos de basura. Así supieron de costumbres que no habían quedado registradas en los documentos.
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