Un sultán estaba desesperado porque no encontraba un
recaudador para su reino. Se preguntaba si algún día iba
a poder encontrar a un hombre honesto, que pueda re-
caudar los impuestos sin robar dinero. Un día llamó a su
consejero más sabio y le explicó el problema y le pidió
ayuda. El consejero le pidió que publicitara a los cuatro
vientos, que estaba buscando un nuevo recaudador, y que
él se encargaría del resto.
Se hizo el anuncio y aquella misma tarde la antecámara
del palacio estaba llena de gente. Había hombres gordos
con trajes elegantes, hombres delgados con trajes elegan-
tes y un hombre con un traje vulgar y usado. Los hombres
de los trajes elegantes se rieron de él. Todos cuchichearon
en contra de este pobre hombre diciendo que el sultán
nunca lo iba a seleccionar como el nuevo recaudador y
que estaba perdiendo el tiempo.
Por fin entró el sabio consejero y les dijo: —El sultán les
entrevistará a todos en sus aposentos—. Les indicó que
para llegar allá debían pasar, de uno en uno, por un estre-
cho corredor hasta llegar al lugar donde él les esperaba.
El corredor era oscuro y todos tuvieron que ir palpando
con sus manos para encontrar el camino. Por fin, todos se
reunieron ante el sultán.
Cuando todos estuvieron delante del sultán, el sabio con-
sejero le susurró al oído que les pida que bailen. Al sultán
le pareció extraña aquella medida, pero accedió, y todos
los hombres empezaron a bailar. El sultán se sorprendió
de ver cuán torpes bailarines eran. Exclamó que parecía
que tenían los pies de plomo.
De todos ellos solo el hombre pobre pudo bailar ágilmente.
El sabio consejero se acercó al sultán y le presentó como
el nuevo recaudador. El sultán preguntó cómo lo había ele-
gido y el sabio le comentó que había llenado el corredor de
monedas y joyas y él fue el único que no llenó sus bolsillos
con las joyas robadas. ayuden a parafrasear
Respuestas
Cuenta la historia, del problema que quitaba el sueño a un Sultán de Arabia, pues su reino se encontraba huérfano de honestidad; no había atinado a seleccionar un recaudador de impuestos en que pudiese confiar, que no llenara sus bolsillos con el dinero del reino. Un buen día, convocó al más anciano y sabio de sus consejeros con la intención de que este le ofreciera una solución al asunto: ¿cómo escoger a un hombre íntegro y respetuoso para el cargo? El sabio le pidió al monarca que convocara a todos los interesados, cosa que este hizo de inmediato.
Se presentó una multitud, todos finamente ataviados, elegantes, suntuosos, muchos de ellos rechonchos, con claro sobrepeso. Pero la característica importante, que más resaltaba, es que todos eran pretenciosos, patanes. Casi todos, porque también asistió un hombre pobremente vestido, delgado en extremo… El resto se burlaba maliciosamente de él, convencidos de que el magnífico Sultán nunca le seleccionaría.
Pasada unas horas, el sabio hizo presencia en el salón, antesala a la recámara real, y le comunicó a los presentes que a continuación se entrevistarían directamente con el monarca. Para llegar a él debían atravesar un largo y angosto pasillo, desprovisto de toda iluminación, en el cual solo podía transitar una persona por vez. Así, cada quien pasó y, una vez frente al Rey, por recomendación del sabio, se les ordenó bailar. Sí, bailar.
Aunque extrañados, los presentes no tuvieron más remedio que acceder. El único que bailó con ligereza y gracia fue el hombre pobre. Al cabo de unos minutos, el monarca, también intrigado por el método de su concejero, mando a parar. Acto seguido el sabio pidió al hombre harapiento que diese un paso al frente y susurró al oído del monarca: he aquí el recaudador que necesitas. ¿Cómo lo has seleccionado, preguntó este sorprendido? Porque, contesto el consejero, es el único que no ha llenado sus bolsillos con las joyas y monedas que hice depositar en el pasillo… Por eso este hombre es el único que pudo bailar con soltura.