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J. L. Borges asimila y deliberadamente refleja toda la tradición canónica literaria: manifiesta que él es consecuencia de otros, y que la contingencia gobierna su relación con la literatura anterior.
Esta conciencia, a la vez visionaria e irónica acaba de modo definitivo con la antítesis discursiva entre lo individual y lo común, ella guarda relación con el hecho de reconocer que, en mayor o menor grado, "toda la literatura es plagio", una idea que se debe a Thomas De Quincey, ensayista romántico inglés, plagiario a conciencia, y con seguridad uno de los más importantes precursores borgianos.
Es cierto que en un sentido no puede existir novedad porque el escritor "enfrentando a los libros es alguien que hace frente necesariamente a un laberinto sin principio ni fin." Pero visto desde otro punto de vista, inserto en la tradición cultural de occidente (y de parte de oriente) Borges toma una posición rememorante, lo hace no como quien se empeña en recuperar algo de olvido, sino al modo de quien da a entender que no ha olvidado nada.
H. Bloom sostiene que los precursores literarios de Borges, desde Poe a Kafka, son utilizados para construir el emblema particular del caos. Se está refiriendo a la imagen del laberinto, porque el escritor tiene la capacidad de transmutarlo casi todo en un laberinto: casas, ciudades, paisajes, desiertos, ríos, y sobre todo ideas y bibliotecas, aunque el laberinto superlativo esté construido a semejanza del palacio diseñado por el artífice Dédalo para proteger y encarcelar al Minotauro.
En "La muerte y la brújula", Lönnrot y Scharlach traman su irreparable laberinto de literatura en una amalgama de Poe, Kafka y otros ejemplos de dobles que se enfrentan en un duelo de participantes enigmáticos. Nos interesa particularmente este relato porque finaliza con la ejecución de Lönnrot, ante las palabras de Scharlach:
Para la otra vez que lo mate, le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante.
Por diferentes motivos nuestro propósito es realizar una lectura que se base fundamentalmente en el último fragmento del texto La Casa de Asterión:
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. -¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
Escribir un relato que coincidiera palabra por palabra y línea por línea con otro sería escribir un texto que tuviera el mismo significado y el mismo significante que el anterior. Encaminar la reflexión sobre este asunto es nuestro propósito: ¿Se repite el mito del minotauro en La casa de Asterión? Respondiendo negativamente a la cuestión, surgen de modo inmediato otras disyuntivas, ellas son las que nos proponemos estudiar en este trabajo.