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En la fiesta de la embajada de Polonia hubo un duelo con espadas, en donde un traicionero salió airoso, pues desenvainó la espada antes que su oponente se volteara, al cual mató. Se hincó ante el cadáver y se santiguó, por lo que una voz le dijo, no os santigüéis, pues gracias a vuestra traición lo matasteis, y no hay dios que perdone la traición.
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